Capitulo 26

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- Roberta... -comenzó a decir él en voz baja.

-Cuando termino mi trabajo me voy a la cama, -contestó ella escueta, agachándose para seguir abrillantando el suelo.

-Bien, entonces nos saltamos la cena.

Roberta se enfadó ante aquella sugerencia y se enderezó de pronto. Pero lo repentino del movimiento le produjo un mareo. La vista se le nubló, se sentía incapaz de enfocar las cosas correctamente. De pronto sintió que se caía, que caía en la oscuridad, que le fallaban las piernas.
Más tarde Roberta comenzó a recuperar poco a poco la conciencia, pero seguía mareada y sentía náuseas. Abrió los ojos lentamente. Diego estaba muy cerca de ella. Estaban en el ascensor, y él la llevaba en brazos, comprendió finalmente sintiéndose aún más confusa.

- Diego...

-¿Sí? -preguntó él sin disimular su agresividad, agarrándola con brazos firmes contra su pecho.

-¿Qué ha ocurrido?

-Te has desmayado.

-Yo nunca me desmayo... -aseguró ella luchando por recobrar el sentido.

-Ya has tenido bastante con esa abrillantadora, es evidente que eso no es para ti.

-¡Diego... soltame!

-Si te suelto te volverás a caer. Tenes un aspecto horrible, pero no es sorprendente, ¿no te parece? - continuó Diego en tono acusador-. Trabajas seis días a la semana en la librería, y te pasas más de la mitad del tiempo sola, arreglándotelas sin nadie.

-¿Y cómo sabes vos eso? -jadeó Roberta asombrada.

-Me he molestado en enterarme -contestó él con un brillo en los ojos-. Tu otro jefe se lo ha montado bien. Se pasa por la librería hacia mediodía y luego, a media tarde, se vuelve a casa. ¿Cómo esperas poder trabajar todo el día y después cinco noches a la semana en un trabajo físico agotador?

-Soy joven y saludable -protestó Roberta mientras las puertas del ascensor se abrían -. ¿A dónde diablos me llevas?

-A casa -contestó él dando gigantescos pasos y dirigiéndose por el vestíbulo hacia el exterior.

Roberta hizo un esfuerzo y apartó la mirada de él para fijarse en los guardias de seguridad del área de recepción. Uno de ellos se apresuraba a abrirles las puertas mientras el otro observaba la escena tratando de no delatar su reacción.

-¿Cómo crees que voy a poder seguir trabajando aquí después de esto? -inquirió Roberta

-Buenas noches, señor Bustamante -dijo el guardia que les abrió la puerta.

-Mm... sí, es una buena noche -contestó Diego sin inmutarse.

Roberta cerró los ojos y sintió el frío del aire nocturno quemarle las mejillas.

-Si no me sintiera tan mal te estrangularía por esto, Diego.

Diego la dejó en el asiento trasero de la limusina y se sentó a su lado sin ninguna muestra de arrepentimiento.

-Tenemos que esperar, Nico está vaciando tu casillero -advirtió él.

Roberta comprendió lo que decía, pero no le dio importancia. La puerta del coche se cerró y el vehículo arrancó minutos más tarde. Sólo cuando logró calmarse y volver a la normalidad Roberta abrió los ojos. Diego la observaba desde el otro rincón de la limusina con una sonrisa de satisfacción.

-¡No me mires así!

-¿Cómo te miro? -murmuró él con voz ronca. Igual que un hombre que contemplara su coche nuevo, pensó Roberta. Con un orgulloso sentido de la posesión.

-Nada ha cambiado -advirtió ella airada.

-A veces sos terriblemente ingenua -respondió él con fría indolencia.

-Lo fui, en la isla, pero no volveré a serlo -lo corrigió Roberta ácida-. Y si lo que buscas es ingenuidad, bueno... estoy segura de que con tanto dinero habrá mucha gente dispuesta a vender.

Una lenta y ardiente sonrisa curvó los sensuales labios de Diego.

-¿Y dónde iba yo a encontrar a una mujer con tanto coraje y tan mordaz como vos?

-Si yo estuviera en tu pellejo comenzaría a preocuparme por las cosas que te resultan atractivas en una mujer.

-Sos un continuo desafío para mí -rió él-. Me encanta ver que no te impresiona lo más mínimo quién sea yo ni qué posea. No tienes ni idea de lo escasa que resulta esa cualidad entre la gente que me rodea.

Roberta apartó la mirada de aquellos rasgos de devastador atractivo y magnetismo con un enorme esfuerzo. Recordó el trato que Diego tenía con la gente que lo rodeaba y con sus familiares y comprendió que entre ellos había una barrera. Diego era tan reservado que todos mantenían con él una distancia formal. Excepto ella. Su orgullo había exigido siempre que la tratara como a un igual.
Y sin embargo, si se hubiera mantenido reservada y en silencio ella también, nada de aquello habría ocurrido. No tendría que enfrentarse a un casi seguro desastre. Porque si estaba embarazada, ¿cómo diablos iba a arreglárselas? Sus planes de
futuro nunca habían incluido esa posibilidad. Sin embargo era una estupidez dejarse llevar por el pánico mientras no se hiciera la prueba.

-De repente estás a miles de kilómetros de distancia -dijo Diego. Roberta parpadeó y le devolvió la mirada, comprendiendo de pronto que la limusina se había detenido-. Claro, estás agotada.

-No, creo que estoy embarazada -soltó Roberta sin pensarlo siquiera. Diego se quedó helado, paralizado por el susto-. Quizá... quizá hubiera debido de decírtelo... de otro modo - musitó Roberta incapaz de pensar en otro modo de soltar aquella bomba sin que le estallara en la cara.

Lo cierto era que no había tenido la intención de decírselo, ni siquiera lo había pensado, pero el estrés y la ira la habían traicionado. Roberta estaba en tal estado de nervios que ni siquiera se había dado cuenta de que había salido del coche y de que estaba a punto de salir de un ascensor desconocido.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora