Capitulo 24

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-Sí, te estoy pidiendo que sigamos viéndonos - replicó Diego con frialdad.

-Que sea tu juguete... -añadió Roberta casi incapaz de respirar, al borde del colapso, sin saber si echarse a reír o a llorar.

Diego escrutó la expresión de reproche de sus ojos

-No, no es eso lo que deseo que haya entre nosotros.

-¿Le pedirías a una mujer de tu misma clase social que fuera tu amante? -exigió saber Roberta, que no pudo resistirse a hacer la pregunta.

-Vos sos la única mujer a la que se lo he pedido nunca -contestó Diego echando atrás la cabeza arrogante.

-Pues lo siento, pero no estoy disponible -replicó Roberta sin asomo de arrepentimiento.

Diego deslizó los dedos por su cabello haciéndola su prisionera.

-Estás atrapada, sólo que ahora mismo sos incapaz de admitirlo. Vos me deseas tanto como yo...

- En este preciso momento podría darte una buena cachetada.

- Veamos, ¿queres que probemos?

-¡Diego, no...!

Pero Diego apretó sus labios contra los de ella. Y después introdujo su lengua en la tierna boca de Roberta en una experta exploración carnal. La penetró y retiró la lengua haciendo que todas las células del cuerpo de Roberta ardieran recordando el modo en que la había invadido en una ocasión. Roberta sintió que le temblaban las piernas.
Impotente ante aquel abrazo y aquella excitación, se apretó contra el cuerpo duro y plano, caliente y masculino de él. Reconoció su erección al contacto y se derritió como miel caliente en su interior. Diego jadeó y tomó su rostro con ambas manos, mirándola a los ojos con un crudo deseo sexual.

-¿Por qué no queres que te ayude económicamente? Sería tanto por mi conveniencia como por la tuya. Quiero que vengas de viaje
conmigo, que estés siempre ahí, para mí...

Aquella cándida confesión logró desvanecer el calor enfebrecido que había inundado a Roberta tanto como el cambio de conversación.

-Vos lo que queres es una esclava sexual...

-Me aburriría hasta la muerte con una esclava sexual -replicó Diego.

Una cruda e involuntaria risa salió de labios de Roberta. Luego, levantando ambas manos, se apartó con firmeza de él y dio un paso atrás.

-Sos demasiado simple, Diego. Y esta ridícula conversación no tiene en absoluto sentido. Estás perdiendo el tiempo.

-Vos me perteneces...

-No, definitivamente -respondió Roberta echando atrás la cabeza en un gesto desafiante-. No tengo el menor deseo de pertenecerle a nadie. Con todo lo que trabajo no tengo tiempo para estar con ningún hombre. Debería de estar furiosa con vos por pedirme que fuera tu amante, pero como sos griego supongo que tendré que hacer alguna concesión a nuestras diferencias culturales...

-Creo que lo que quieres es que te persiga... -afirmó Diego con las venas hinchadas y el rostro airado.

-Es tu ego el que habla. Lo que yo quiero es olvidar que nunca nos hemos conocido -lo contradijo Roberta con convicción -. Pero estás tan acostumbrado a que todas las mujeres te deseen que no puedes aceptar que si digo no significa no.

-Si me marcho ahora todo habrá terminado -la amenazó Diego con ojos brillantes.

Roberta sintió que se le cortaba la respiración ante aquella advertencia. Hubo un silencio. Diego caminó hasta la puerta sin decir palabra. Y de pronto se marchó.

Roberta esperó unos minutos y luego bajó tras él para cerrar la puerta. Al volver la habitación le pareció fría y vacía. Era como si Diego se hubiera llevado toda la luz y toda la fuerza con él. Robera trató de olvidarlo. Al fin y al cabo no había argumento que hubiera podido convencerla para llevar el tipo de vida que él le proponía.

Su madre había sido la amante de su padre durante dieciséis años. Aquella había sido una relación llena de mentiras y fingimientos. Emilia había decidido que no podía vivir sin el padre de su hija, aunque estuviera casado. Y aquella decisión había destrozado su vida. Roberta trató de olvidar todos aquellos recuerdos de su infancia. Nunca repetiría los errores de su madre. En un par de semanas Diego ni siquiera se acordaría de ella, aunque por desgracia a ella le costaría más tiempo.
Diego la había llevado hasta un paraíso de fantasía romántica. Pero en cuestión de horas la había devuelto a la tierra con una fuerte caída. La había herido más de lo que nadie la hubiera herido nunca, y había comprendido que era mucho más
ingenua de lo que creía. No era una mala lección. Por fin había conseguido resistirse a Diego Bustamante, había hecho lo correcto. ¿Cómo era posible, sin embargo, que se sintiera tan mal?

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora