Capitulo 36

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-¡Te estás comportando como un salvaje, Diego! - gritó Roberta.

Diego soltó por fin a Javier con un gesto de desprecio. Luego observó a Roberta con ojos brillantes y llenos de reproches.

-Y vos pregúntate a ti misma de quién es la culpa. Te he visto besándolo...

-En la mejilla -se apresuró a decir Javier tratando de recuperar el aliento-. ¿Sabes? Podrías tener problemas si te acusara de asalto.

-Haz lo que se te de la gana -replicó Diego sin prestarle atención.

-Y más aún si voy a los diarios a contar cierta historia -musitó Javier.

-Vos lo que le mereces es una buena piña por haberte aprovechado de esa información que oíste en la oficina -intervino Roberta por fin.

-¿Éste es... Javier Alanís? -preguntó Diego tras una pausa, helado.

Javier hizo gala entonces de su instinto de supervivencia y desapareció de improviso en su coche. En un minuto se había ido. Roberta se estremeció. No podía dejar de mirar a Diego. Su pelo brillaba a la luz de las farolas.

-¡Javier Alanís! ¿Qué diablos estaba haciendo él aquí?

-¡Vamos, por favor! -gimió Roberta-. Sólo pasaba por aquí. Y no me importa lo que pienses de lo que has visto. ¡No tienes derecho a comportarte como un bruto!

-¡Cristos! ¿Cómo crees que me siento al verte con otro hombre? -gruñó Diego-. ¡Me dijiste que me mantuviera alejado de ti, me estás tratando como si tuviera lepra! ¡No puedo soportarlo más!

-Es que no se que va a ocurrir ahora -confesó Roberta.

-Pues yo sí... -respiró Diego alargando los brazos para levantarla y posar su boca sobre la de ella.

Aquel fiero y exigente beso dejó a Roberta atónita y tambaleándose. El crudo deseo de Diego le hizo perder el control, desató todas las emociones que ella tanto había luchado por gobernar. La cabeza le daba vueltas, el corazón le latía acelerado, y la excitación comenzaba a atenazarla. Roberta se estremeció, se agarró al fuerte y musculoso cuerpo de él, gimió desde lo más profundo de su garganta y se agarró a sus hombros.

Diego se apartó. Sus ojos brillaban como el fuego mientras contemplaba el rostro de Roberta.

-Siempre consigues sacar el animal que hay en mí, pethi mou -dijo con voz ronca entrando en la tienda y dejándola en el suelo-. ¿Dónde está el sistema de alarma?

-¿La... alarma? -repitió Roberta desde otro mundo.

Diego la encontró, la encendió y apagó las luces. Luego tomó el bolso de Roberta y la sacó fuera.

-¿Qué estás haciendo?

-Vamos a ir a cenar y a hablar.

-Pero si no estoy vestida para...

-Llevas ropa encima, ¿no? Estás maravillosa - añadió Diego obligándola a entrar en el Ferrari sin mirarla siquiera.

El rincón del restaurante en el que se sentaron estaba vacío. Roberta levantó la copa de vino. Diego la miró, pero luego levantó una mano y le quitó la copa

-¡No puedes beber eso!

-¿Y por qué no?

- ¡Estás embarazada! Es mucho mejor que no bebas nada de alcohol. ¿Es que no lo sabías?

-¿Y por qué iba a saberlo?

-Bueno, pues porque sos una mujer...

-¿Y?

-Se supone que una mujer sabe ese tipo de cosas - explicó Diego frunciendo el ceño.

-Bueno, pues yo no. Tengo veintiún años, estoy soltera y mi único objetivo en la vida es... bueno, era... -musitó Diego en voz baja-. ¿Por qué iba a interesarme lo que debe o no hacer una mujer embarazada?

-Pues no lo sé pero... ocurre que Matías me dio este libro. Es para futuros padres, como yo - explicó Diego encogiéndose de hombros tras ver la expresión de extrañeza de Roberta-. Sólo lo he hojeado un poco.

Roberta estaba segura de que Diego había leído cada palabra. Aquello la conmovió. Él había hecho un esfuerzo mayor que ella, que además trabajaba en una librería.

-Quieres de verdad a este niño, ¿no es eso?

-Sólo si vos también entras en el lote.

-¿Y qué significa eso?

-Que por tu forma de comportarte ya no sé qué esperar. No quieres estar embarazada, no quieres estar conmigo... excepto en la cama -se corrigió Diego con una mirada desafiante.

-Eso no es cierto... sí que quiero a este niño -lloró-. ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué estoy llorando?

-Ahora estás muy alterada por tus hormonas, eso te pone muy sentimental -aseguró Diego alargando una mano hacia ella.

-¿Y has leído también en ese libro que me pondría estúpida?

-No, pero recomienda al padre mostrarse comprensivo y tratar de apoyar a la madre.

-Vos no tenes tacto.

Una sonrisa divertida curvó los sensuales labios de Diego. Roberta sintió que su corazón se aceleraba. Era tan atractivo que no podía apartar los ojos de él.

-Todavía quiero casarme con vos -declaró Diego-. Pero si vos tenes una solución mejor, dímela... mientras no implique que vas a tener al niño en una sillita todo el día, detrás del mostrador...

-No, no es eso lo que deseo.

-¿Entonces qué? ¿Dejarlo para salir a trabajar?

-Pues...

-¿Negándote a recibir mi apoyo financiero?

- Diego, yo...

-No, escúchame -se impuso él-. Si no nos casamos este niño crecerá fuera de mi familia. Y no voy a mantenerlo en secreto, así que no creo que te agradezca el hecho de ser diferente del resto de los hijos que, algún día, tendré en mi futuro matrimonio... con otra mujer.

Roberta se desinfló como si fuera un balón. Otra mujer significaba Mia, que odiaría a aquel niño cada vez que fuera a visitarlos. Mia que, viéndose al fin como madrastra, no dudaría en humillar y denigrar al hijo ilegítimo. Roberta sintió que se le encogía el estómago.

-¿He dicho algo por fin que haya hecho un milagro en vos? -murmuró Diego con voz de seda.

-Quizá fuera un poco exagerada al decir que no te quería ni muerta.

-¿Significa acaso que sí vamos a casarnos? -inquirió Diego con suavidad.

En El Lugar Equivocado •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora