44: Tu falda es una clara distracción

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Después de dos largas semanas hasta arriba de exámenes y trabajos, por fin había terminado. Me había ido mejor de lo esperado y eso significaba que ya tenía tiempo para dedicarme a mí y descansar.

A pesar de las vacaciones y el viaje a París, la vuelta al instituto había sido toda una tortura. Debido a toda la faena, no había podido continuar ninguna serie, ni leer ningún libro, y eso era algo que tenía ganas de retomar.

Esa mañana me levanté de muy buen humor. Por una parte, porque se había acabado el estudiar de camino a clase, con prisas y con los papeles desordenados entre las manos y, por otra parte, porque iba a recibir mi primer cheque. Mi primer sueldo real, por el que valía la pena haber sufrido todo ese estrés.

Desperté más pronto de lo normal, mucho antes de que sonara el despertador. Supuse que, al tener la mente más liberada, había descansado mejor.

Decidí coger el desayuno en una cafetería y empezar el día con tranquilidad. Hacía bastante tiempo que no hacía algo así, mucho menos entre semana. Eso me serviría para tomarme un respiro y que todo fuera viento en popa.

Me despedí de mis padres y paré en una cafetería que se encontraba a medio camino. Encargué un café para cargar energías y un trozo de pastel que tenía una pinta deliciosa. Lo primero que me terminé fue el dulce, que estaba mucho más rico de lo que parecía, y después empecé a beberme el café de camino al instituto.

Mientras cruzaba el paso de peatones, una moto pasó a milímetros de mí a toda velocidad, provocando que el poco café que me quedaba, me cayera encima del jersey.

—¡Gilipollas! ¡La próxima vez mira por dónde vas! —grité soltando toda la ira.

Ya empezaba a extrañarme que todo me estuviera yendo tan bien. Mis días nunca solían ser tan perfectos, mucho menos durante la mañana.

Sin esperármelo, la moto dio la vuelta a la rotonda y volvió hacia donde me encontraba. El miedo se apoderó de mí y empecé a maldecir por no haberme callado la boca. Derrapó a pocos centímetros de mis pies, y pude apreciar que era un chico. Eso provocó que mi miedo y tensión fueran en aumento.

—¿Tú eres la chica que me ha gritado gilipollas sin motivo alguno? —preguntó soberbiamente con el casco puesto.

No entendí a qué vino esa estúpida pregunta si había sido evidente que lo había gritado yo.

—¿Me estás vacilando? Casi me atropellas, me tiras el café por encima y para colmo, tienes los huevos de decirme que te he gritado gilipollas sin ningún motivo.

—Te veo estresada, deberías agradecerme que te tirara el café, no te hace ningún bien si te altera de esta manera. —Se quitó el casco y me miró directamente a los ojos—. Y que quede claro que la única que ha infringido la ley eres tú, que has pasado en rojo.

—Yo no he pasado en rojo —respondí sin estar segura de mis propias palabras.

Sus ojos me sonaban demasiado, intenté analizar más su rostro y buscar en mis recuerdos alguna persona que se pareciera, pero nada me vino a la mente.

—¿Me tengo que volver a poner el casco para que me escuches cuando te hablo? —preguntó sacándome de mis pensamientos. Di un paso hacia atrás y lo fulminé con la mirada—. Es que no sé porque me miras tanto, las chicas no se suelen enamorar de mí tan rápido.

—Pero, ¿qué coño dices? —repliqué malhumorada—. Mira, mejor cállate. No me interesa escuchar nada más que vaya a salir de tu boca —respondí de manera tajante mientras intentaba limpiar la mancha de café.

—Te iba a dejar una camiseta que tengo aquí guardada para que no tuvieras que irte así, pero como no te interesa nada de lo que te tenga que decir, pues te jodes. —Levantó los brazos y volvió a ponerse el casco—. Aunque bueno, tu tranquila, que con esa carita nadie se fijara en lo que lleves puesto. —Quitó el seguro y volvió a arrancar la moto para irse.

[Disponible en físico] | Todo comenzó en esa estaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora