Capítulo 21: La cueva

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Me encontraba corriendo por los pasillos del colegio, casi sin aliento, tomada de la mano del chico de un metro noventa y tantos, con su cabello negro azabache todo desordenado, ojos de ensueño, y siendo arrastrada prácticamente.

Mi corazón palpitaba velozmente, mis piernas no daban más, andaba sólo con un vestido que cubría lo justo y necesario, el frío que hacía no ayudaba mucho y el que recién me despertara, mucho menos.

Mi mente en lugar de concentrarse en el camino, comenzó a divagar y me llevó al momento exacto en el que llegamos a nuestro destino.

Flashback

Ambos bajamos del auto y lo último que se me iba a cruzar por la mente, era venir un sábado por la noche al colegio, o sea, ¿Qué carajos?

—¿Preciosa? ¿Estás bien?

—¿Por qué no lo estaría? —solté una risa nerviosa.

—No lo sé, tal vez porque tu cara indica exactamente todo lo contrario.

Tenía un buen punto, estaba completamente confundida y mi cara me delataba totalmente, pero él no se daba cuenta de que yo no tenía ganas de estar ahí porque, claramente, ya tenía suficiente con venir en la semana. Además, ¿Qué se supone que íbamos a hacer?

—Eh... ¿Qué hacemos acá, Anderson? —le pregunté directamente.

No estaba como para dar más vueltas.

—Ya te vas a enterar —respondió con un tono misterioso, mientras agarraba mi mano y me guiaba.

Caminamos hasta las rejas de la cancha de fútbol y pasamos por un agujero que éstas tenían, vale la aclaración, casi me quedo enganchada ahí.

Entramos por una ventana abierta que él "encontró", pero que a mí parecer era más que obvio que ya la había dejado así desde hace un tiempo.

—Ves, sos muy negativa, era obvio que ibas a pasar sin problemas, Abby —me dijo Liam, mientras caminábamos por los pasillos del colegio y alumbrándonos con las linternas de nuestros celulares.

—Pero si estuve como diez minutos intentando pasar —le reclamé a él y evitando su mirada.

—Error, estuviste nueve minutos discutiendo con vos misma sobre si pasarías o no, hasta que con mí ayuda lo hiciste en menos de un minuto —se justificó.

Me detuvo en medio del camino y me obligó a mirarlo a la cara.

Me sentía súper avergonzada, no sólo por el hecho de que él estaba fingiendo que no me costó pasar por esos lugares, sino porque él viera ésta faceta mía en la que mi peso me juega en contra la mayoría del tiempo y no me permite hacer ciertas cosas; como por ejemplo, pasar por una ventana sin ayuda. Su insistencia llegaba a desesperarme, pero no tanto como que lo que se proponía lo cumplía, porque él siempre confió en que pasaría y así fue.

Dios, lo odio.

Odio que con el pasar de los años, no haya cambiado ni un poco. Sacando de lado lo físico, ya que siempre me atrajo de ese modo, el que él se siga comportando tal y como era junto a mí de niños me sorprende y me preocupa. Tal vez esa era su táctica desde el principio para tenerme a sus pies, pero parece tan real el sentimiento que suele ser muy confuso todo para mí.

Liam Anderson es así... confuso.

—Perdón, no es justo que te diga todo esto, soy un idiota —acarició mi rostro con delicadeza —. Te juro que lo intento.

—¿Intentar qué cosa? —no pude evitar preguntar.

—Intentar entenderte, te juro que realmente lo hago, pero a veces cuesta demasiado —confesó en un susurro —.No debí insistirte en hacer algo que no querías en primer lugar —intentó alejarse de mí, pero justo le agarré la mano.

¿Una simple apuesta? - [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora