Capítulo 10: Ocaso.

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POV SAM:

Calor.

Deseo.

Ganas.

Y millones de emociones y pensamientos prohibidos.

Respirar me duele, tragar saliva me cuesta y el tener sus labios acariciando lentamente mi piel sumado a mis piernas entreabiertas con su cuerpo situado justo en medio sólo me dejaba en una única posición en la que necesitaba deshacerme de toda la ropa, devorar sus labios y pedirle que me tome justo como lo insinuó hace unos segundos.

Gran parte de mi vida he sido del tipo de mujer que decide correr los riesgos que se le imponen. De las que se da el gusto que se le antoje, y de las que matan el capricho a como se de lugar.

Y pues...

¡Maldición!

Ahora mismo uno se estaba empezando a formar muy a mi pesar y a lo que me parecía correcto.

Un nuevo tipo de gusto altamente peligroso, oscuro, letal y...para nada adecuado. O al menos no para mí propio beneficio.

Tiemblo, jadeo, me muerdo los labios y respiro. Apreciando en contra de mi propia voluntad como con gusto la piel se me enciende y hormiguea, la entrepierna se me empieza cada vez más a humedecer y los latidos de mi frenético corazón aumentan su ritmo cada vez más por segundo.

Y es que si hay algo más mortífero y placentero que tentar y ser tentada por un hombre, lo es el serlo por nada más ni menos que por tu propio y tan odiado enemigo.

Mezclando y fusionando la rabia, impotencia y la dulce sensación del saber que aquello era algo deliciosamente tentador y prohibido.

No debería dejarme llevar por mis impulsos.

No cuando las mismas acciones me trajeron tantas consecuencias en un pasado.

No con él. Que sé que debajo de toda esa belleza lúgubre y desarmadora nada bueno ha de encontrarse justo en en el centro.

Yo...

Yo sólo...

—Quiero que te apartes.

Decido al fin, dando cierre a lo que sea que se había formado y dado inicio entre los dos.

Aaron Black se detiene de inmediato ante mí orden, pausando los roces tortuosos que estuvieron a nada de llevarme a cometer una completa locura.

Lentamente y en completo silencio el pelinegro de pálida piel se empieza a apartar, reluciendo muy a mi pesar y a lo que me esperaba una diabólica sonrisa torcida que me hace cerrar los ojos con fuerza, detestando la serenidad tan desbordante que muy contrario a mí parece manejar perfectamente.

Segundos después y ya al volverlos a abrir lo miro nuevamente, viéndose estúpidamente hermoso con su alarmante altura, poderío de acero y mirada tan negra como la rosa que lleva dibujada en su cuello.

No dice nada.

Y por supuesto, yo tampoco.

Por un instante llegué a creer que podíamos estar así de silenciosos y en la misma posición durante mucho tiempo. Pero,  al parecer, el hombre tatuado se relame los labios rosados, me abrocha pacientemente los botones de la camisa que ya había olvidado él mismo había deshecho, y sin decir nada más se da la vuelta sobre sí mismo, largándose de aquí y dejando cada partícula de mi ser hirviendo en medio de las llamas que sólo él habían provocado.

—¡¿Qué se supone que estaba a punto de hacer?! —me pregunto a mí misma, suspirando exageradamente ante semejante falta de raciocinio.

Minutos después la profesora y demás alumnos empiezan a inundar el aula, pero ya yo no estoy para clases ni mucho menos para cuestiones relacionadas al Derecho.

Seducida por un Clarck (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora