Capítulo 1

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—¡Con más fuerza soldados!. ¡Vamos Meira!— pasa por mi lado el capitán.

No paro de hacer el circuito, corro, salto, subo por cuerdas y me restriego por el barro.

Por horas no paramos de hacer el mismo circuito. Acabamos el escuadrón A193. Entran cincuenta y salen veinte, no todos han superado el circuito o las exigencias de los capitanes.

Entramos en los baños, no determino a las otras que me miran y hablan a mis espaldas, yo solo voy con mentón en alto y espalda recta.

Cada una entra a las duchas, soy una de las primeras. Las gotas de agua chocan en mi pelo, mi pelo negro con destellos azules queda en mi espalda mientras me unto un shampoo de olor a vainilla.

Hago el mismo procedimiento dos veces y paso a mi cuerpo con prisa. Porque aquí todo es con prisas. La central alemana exige mucho más que cualquier otra central.

Termino rápido y salgo nada más termino de vestirme, troto hasta mi habitación. Parece que huyo de los demás, pero solo es que no me interesa perder mucho tiempo hoy.

Abro la puerta de la habitación y me tiro a la cama. Sé que tengo mil cosas que hacer, pero respiro y alcanzo el móvil.

Tres llamadas perdidas de papá y una de Ethan. No voy a llamarles a ninguno. Uno, porque no me apetece y dos, los veré dentro de unas horas. Si es algo urgente ya me habría saltado una llamada de mi tía Anat.

Dejo de lado el móvil y empiezo a hacer mis deberes. A los soldados se les exige mucho, necesitamos saber al menos cuatro idiomas, yo sé seis, tener una carrera o títulos de algo, pues yo tengo una ingeniería y títulos de investigación así que con eso no tengo problemas.

Papá se esmeró mucho para que tenga un poco de todo, a mis veinte soy una de las mejores de mi escuadrón. Tengo muchos títulos al igual que muchas medallas, y estoy a la espera de saber si asciendo a capitán de algún escuadrón.

Dos golpes en la puerta me hacen desconectar de mis tareas. Sé perfectamente quién es, así que abro directamente sin preguntar quién es.

—Matthew, cariño, no tengo tiempo ni de tus celos ni de tus delirios— entra nada más abro y yo me acerco a mi cama para sentarme.

—No es justo lo que hiciste y lo sabes— me vuelve a recriminar lo mismo de siempre —¡Jugaste conmigo y ahora que todo el mundo sabe que lo hemos dejado te acechan como cuervos!— ruge furioso. Yo sigo con mi semblante aburrido, siempre pasa lo mismo después de meses.

—Capitán Matthew, superame, ¿Si?— sonrío de forma irónica —Si me miran déjalos, si se masturban conmigo en su imaginación qué más da, bueno, ¿A ti qué más te da, si ya no somos nada?— le dejo en claro.

—Estás siendo injusta, vamos a intentarlo otra vez bebé— que asco de apodo.

—¿Bebé?— suelto una carcajada— No me gustó nunca ese apodo, no lo soporto, al igual que no te soporto a tí— le sonrío y me levanto de la cama.

— Se lo diré al coronel— eso me deja fuera de juego, pero no lo demuestro y sigo sonriendo.

Las relaciones entre soldados están más que prohibidas por una norma estipulada por el ministro. Aunque muchos se pasan la norma por el culo, muchos follan en otras habitaciones. De lo que tienen que tener cuidado es que no se enteren los peces gordos, como mi padre.

—Vamos Matthew, cariño— me acerco y él da un paso atrás hasta chocar su espalda contra la pared —¿Quieres delatarnos?. Creía que me amabas; sin embargo, creo que me equivoqué contigo— me intento alejar, pero me coge mi brazo.

Superstición KeinoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora