Capítulo 28

5 1 0
                                    


Me levanto con peores dolores que ayer, me pongo algo muy cómodo y que no me roce mucho la piel. La camiseta me tapa el cuello y mi pelo suelto lo disimula más.

Me maquillo un poco el labio para no ver lo morado que está. Cojo todos los papeles que necesito y me voy de casa.

Esta vez no cojo la moto, cojo mi coche. La moto requiere movimientos y yo estoy como si me hubieran metido en una trituradora, me hubieran tragado y vomitado.

También es como me veo, el color opaco de mis ojos me lo afirma. Llego hasta el penthouse de Alek y subo por el ascensor.

Me dejan pasar porque ya me vieron con él, solo pregunto por el piso y subo directamente por el ascensor.

Son las diez de la mañana, hoy no pienso ir a la central, si hay algo urgente me lo comunicaran. De todas formas lo que hago allí, puedo hacerlo en casa.

Me siento en el sofá y uso el móvil. No sé si Alek está aquí o no. Me da igual, solo quiero silencio. Pasan minutos cuando escucho un ruido extraño.

Saco de mi pantalón una Glock y voy hacia el ruido que hay en la cocina. Miro de reojo y veo movimiento, a punto y justo se da la vuelta.

—¡¿Qué haces loca?!— me grita Romeo.

—¿Qué haces aquí?— le pregunto guardando el arma.

—¡A lo mejor porque es mi casa!— deja su café en la encimera de la isla de mármol negra y me mira— La pregunta es ¿por qué estás tú aquí?

—Me aburría y vine a visitarte— miento— ¿No he desayunado, me preparas algo?

—¿No sabes cocinar?— me pregunta con ojos burlones— Sabes crear complots, mentir, engañar, manipular, matar, pero no sabes cocinar. Interesante.

—Nadie es perfecto, si no fuera por Isabel no comería nada.

—Siéntate, te haré tortitas. No siempre se ve a una deidad cocinando para la mismísima muerte.

Bufo y me fijo en todo lo que hace. Mezcla huevos, harina y otras cosas que ya no sé que son.

—¿Me vas a envenenar?— le pregunto, ansiosa por la pinta que tienen— Porque sí lo vas a hacer con gusto caigo en esa trampa inflada y dorada.

—Si te quisiera muerta ya lo estarías.

—Al igual que si yo te quisiera muerto, ya estarías en el infierno.

—Come y calla— hago lo que me dice, cuando me sirve tres tortitas con mermelada y un poco de mantequilla— Toma— me pasa un café y le sonrío.

—Ya tengo a mis hombres listos, solo di cuando quieres hacer la misión.

—No lo sé— me llega el dolor de mis heridas y hago una mueca— Déjalo por dos días.

—¿No es muy tarde?— me pregunta y niego.

—Estará bien, no te olvides que tenemos tiempo por delante.

Sigo con las deliciosas tortitas y le miro impresionada.

—¡Esto lo has hecho tú!— le grito de lo impresionada que estoy— ¿No lo habrás comprado no?.

—Lo he hecho delante de ti— se acerca a mí y me roba un trozo— ¿En tan baja estima me tienes?

—No te veo con cara de cocinero. Ni siquiera pensaba que sabía que te gustaban los poemas, porque tampoco tienes cara de eso.

—Que sepas que me has ofendido.

—De todo se sale, Romeo— le palmeo un poco la espalda, mientras engullo las tortitas.

Se acerca a mí, da la vuelta al taburete y me quedo sentada frente a él.

Superstición KeinoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora