Capítulo 32

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No hablamos por el camino. Una hora entera sumida en un silencio que solo hace que me enfade más de lo que ya estoy.

No hay música, no hay miradas y mi indiferencia lo deja en silencio. La mansión empieza a verse entre las montañas y seguimos el camino que nos lleva hasta ella.

Clavo la vista en la ventana y a ratos reviso si mis armas están cargadas. Me acomodo la daga que tengo en mi muslo y me reviso el vestido unas cuatrocientas veces antes de llegar a la mansión.

Bajamos y Alek me extiende su brazo, lo acepto a regaña dientes y juntos subimos las escaleras de la entrada de la gran mansión.

El vestido blanco contrasta muy bien con el suelo dorado, la sala es realmente grande con columnas de mármol blanco y oro.

Detallo todo hasta las personas que están. No son muchas, eso es algo bueno. Nos vamos a la barra y pedimos dos copas.

—¿Qué te parece todo?— me pregunta Alek muy cerca del oído, no le respondo, todavía estoy enfadada— Vamos Julieta, no te pongas así.

—¿Así cómo?— le pregunto con indiferencia.

—Así. Sin hablar conmigo. No fui yo el que se fue corriendo después de haberte dado de comer.

—Déjame en paz— giro mi cara en dirección contraria a él. Me agarra del mentón y me gira el rostro para que lo mire.

—Julieta, deja de hacer eso. Empiezas a sacarme de quicio.

No hablo más cuando la misma mujer que me dijo que era de la hermandad se acerca a mí.

—Estaba esperándote— me saluda.

—Ha sido un placer haber venido.

—Te presentaré a las otras, sígueme y deja a tu acompañante aquí— miro a Alek que asiente bebiendo su bebida.

Sigo a la mujer que me lleva hacia arriba dejando todo el bullicio abajo. Seguimos andando entre pasillos.

Paramos delante de una puerta, ella da dos toques y nos dejan entrar. Paso el quicio de la puerta y veo a dos mujeres alrededor de una mesa.

No me sorprende eso, me sorprende ver a un hombre. Pensaba que solo lo conformaban mujeres, al parecer me he equivocado.

Sigo hacia delante y la más vieja me mira con cara de asco. Le clavo la mirada y sonrío con altivez, la otra mujer de unos treinta y pocos años, me sonríe y yo la saludo con la mano.

—Os presento a Hela Keinox Malcolm— habla detrás de mí la otra mujer— Te presento a Raisel— me señala a la treintañera— La que más años lleva en la Hermandad es Eliza y el más pesado es Rylan— el último me mira con demasiada curiosidad— A mí ya me conoces.

Me señalan un asiento y sigo hacia delante para sentarme en la silla de terciopelo blanco. Una sirvienta me sirve una copa de vino rojo y lo dejo sin tocar.

—¿Para qué la has traído?— pregunta Eliza— No aceptamos a Anat Keinox para que me traigas una copia barata de su hija.

—No soy hija de Anat— digo con sequedad.

—¡Mira si sabe hablar!— comenta Eliza.

—Déjala que hable, Eliza— se entromete Rylan— Tengo mucha curiosidad por sus ojos morados.

—Soy hija de Hera Keinox— les digo y ellos se apoyan al respaldo de las sillas más curiosas— Y ahora tengo a la Yakuza y la mafia Americana de mi parte.

—No confío en ella— se alarma Raisel— Si nos negamos a trabajar con Anat es porque no confiábamos en ella.

—No— vuelve a interrumpir Rylan— Fue porque no era Hera. Queríamos a Hera no a Anat. Anat solo era una copia de su hermana mayor y la que mejor estaba creada para gobernar era Hera.

Superstición KeinoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora