Estoy con la misma ropa de hace un día, en un avión, directa a Italia, con un gilipollas que me calienta con nada más mirarme. Llevamos ya horas viajando, solo quedan unas horas más y llegamos a Italia.
Alek y yo no hemos hablado mucho, yo estaba haciendo trabajo y se lo mandaba a Anat y él leía el libro que le regalé. Me duele la cabeza y apago el móvil para descansar un poco la vista.
Alek aprovecha el descanso que me doy y cierra su libro, me mira fijamente y yo solamente sigo con los ojos cerrados.
—Que sepas que mirar a una persona mientras duerme es raro— le digo mientras abro los ojos y me lo encuentro más cerca de lo que esperaba.
—No he sido el único que miraba el otro mientras dormía.
Razón no le falta, sin embargo me da rabia que lleve razón. Dejo mi cara a milímetros de la suya, me gusta la reacción que tenemos los dos. Las respiraciones agitadas y las ganas de comernos no solo son cosas mías, si no también suyas.
—No voy a preguntar cómo lo sabes— él levanta su mano y me quita el mechón de pelo que tenía en la cara.
—Lo sé porque la noche anterior al parto, sabía que estabas despierta.
—No sé de qué me hablas— niego lo que claramente sé.
—Mejor negar la realidad que aceptarla, ¿verdad?— me pregunta y no respondo, su mano se esconde en el bolsillo y saca la daga que me regaló— No la pierdas, podrías querer usarla.
Se aleja de mí dejándome con las ganas de un beso. Me recuesto en mi sillón y avisan del aterrizaje, los pasajeros empiezan a levantarse y a despejar la cabina. Me giro hacia Alek y le sonrío.
Me alejo de él y salgo del avión sola. Alek me alcanza y me lleva a un coche. Subimos en completo silencio. Sigo enfadada por lo que hizo, arruinar la única relación amistosa que tenía dentro de la Hermandad es lo peor que podría haber hecho.
Yo no voy dándole puñetazos a nadie, ni a Luna que le tengo muchas ganas de darle más que un puñetazo, un tiro en la sien me haría más feliz, pero no lo hago. Es más, le dejo que vaya con ella a pesar de la rabia que eso me produce.
El camino nos lleva a Roma y de Roma a sus afueras, donde hay casas de millonarios. Ya he venido aquí, cuando maté al padre de Alek. Seguimos el camino hasta llegar a ese majestuoso hogar.
Las berjas de la entrada con arcos se parecen a las de mi casa. Pasamos un caminito con el coche, hay dos entradas una para el coche y otra más pequeña para pasar sin necesidad de llevar un coche.
Pasamos por la pequeña fuente y entramos al garaje. No recordaba esto, el día que entre por primera vez lo hice de noche y no detalle nada. Aparcan en el garaje y numerosos coches están a cada uno de nuestro lado, Ferraris, Jeeps, McLaren, y una que otra moto todo de lujo.
Salimos del coche y nos dirigimos a la sala principal. El suelo de mármol es increíblemente brillante, en la sala no hay nadie, pero lo que más llama la estención de la sala más grande que un campo de fútbol son las escaleras de mármol negras y líneas doradas, que contrasta muy bien con el suelo blanco y dorado que tiene la sala.
Me giro para ver a Alek, pero él ya me está mirando. Esto no está muy bien, se supone que es mi enemigo y no puedo estar en su territorio. Es como si un ciervo entra en una cueva de leones o lobos.
—No debería estar aquí, el trato que hicimos...— me corta.
—Las paredes tienen oídos en este lugar— sus ojos se dirigen a las escaleras gigantes, y en el lugar se escucha el taconeo de alguien.
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Superstición Keinox
RomanceDespués de todo lo ocurrido con Hera Keinox, llega un estado de calma, en el que nadie ataca a nadie. Por ahora, sin embargo como todo llega, todo se va incluida la calma. La pesadilla de Hera se vuelve realidad, teniendo una hija que es peor que el...