Capítulo 46

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La mañana nos pilla abrazados y enrollados uno contra el otro. La luz que entra por el ventanal nos muestra el amanecer. Me quedo unos minutos así abrazada por las manos de Alek y su cara contra mi cuello.

Salgo cuando ya estoy satisfecha de su calor, bueno cuando ya me ha empezado a entrar miedo por sentir que podría estar horas contra él. Abro la puerta del baño y hago mis necesidades antes de darme un baño.

Busco por los cajones cepillos de dientes, cuando termino del baño y busco también albornoces. Al terminar todo abro la puerta, me paro cuando un Romeo con pelo un poco desordenado y ojos soñolientos está justo delante de mí.

Madre mía qué bueno está. Paso por su lado apretando bien mis muslos y sin hacer mucho contacto visual. Me encamino rápido al vestuario por si mi corazón quiere entrar al baño y hacer cosas que luego seguramente me arrepentiría.

Escojo un vestido corto apretado de color rojo de satén. Es apretado en la parte superior, y se sostiene en mis hombros por sus tiras. Mis pechos se realzan sin yo quererlo. Me estremezco un poco cuando el olor a café, libros y cosas de otoño entra por la puerta.

Me quedo en mi sitio plantada, no soy capaz de moverme, porque Alek a mi espalda deja caer la toalla de su cintura, y se queda justo detrás de mí.

Mi respiración es muy pesada, cuando su amiguito se aprieta mucho más en la parte baja de mi espalda. Sinceramente ahora estoy que puedo prenderle fuego al infierno entero con una respiración.

Pasa uno de sus dedos por el puente de mis pechos y va bajando llegando al vientre, lo pasa y lo baja aún más llegando a mi muslo donde mi corazón quiere salir para besarle, pasa las manos de mis muslos para el cajón de calcetines.

Con el sonido de una risilla a mi espalda, me voy del vestidor sin mirar nada. No me apetece jugar por la mañana, ya se la devolveré cuando tenga más ganas. Recojo mi móvil y bajo las escaleras adentrándome a buscar la cocina.

Después de unos minutos lo encuentro, claro está que lo encuentro cuando ya he pasado por casi todos los rincones de la casa. Justo Alek está con el libro que le regalé otra vez. Me siento a su lado y una mujer me sirve un vaso de naranja, una tostada y unos dulces más.

—¿No te aburres siempre de leer el mismo libro?— me fijo en las marcas que hay en el libro señalando frases o leyendas.

—¿No te cansas de ponerte el pijama que te regalé en Alemania, a pesar de que hace calor y él pijama es de invierno?

—Es el único que me proporciona comodidad— le respondo con una pequeña sonrisa que intento ocultar.

—Y este es mi libro favorito— me responde con sus ojos burlones, bebé un poco de su café y yo hago lo mismo con mi bebida— No estoy viendo que comas.

—Perdona no sabía que eras mi padre, ni que estuvieras vigilando— rueda sus ojos y los vuelve a fijar en mí.

—¿Quieres que te dé otra vez de comer?

Recordar como me daba comida, mientras me contaba cosas de su padre y la violencia doméstica que vivía fue demasiado para mi. Se preocupa que coma, y me lo recuerda cuando yo estoy tan metida en mis asuntos que se me olvida.

—No me apetece ahora mismo comer, pero lo haré dentro de un rato, ahora tengo que llamar.

Saco el móvil, mientras él resopla y cierra su libro. Marco los números de Anat. Al cuarto tono me coge la llamada.

—Se supone que deberías de llamarme todos los días, no cuando te aburres y quieres llamarme.

—Te llamo por la rápida eficiencia de mandarme la ropa, menos el traje que necesito para lo que se supone que es lo importante en la fiesta o la reunión— no digo más, ya que Alek coge el bollo que había en un lado de mi plato y lo acerca a mis labios para que lo muerda y lo hago de mala gana.

Superstición KeinoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora