Me sonríe y desaparece ese tinte de preocupación, andamos uno junto al otro. El atardecer nos toma en la habitación. Está muy silencioso y mi instinto me dice que hay algo que me quiere decir.
—¿Qué pasa?— le pregunto.
—Tenemos que ir a la iglesia, cortesía de mi abuela. Es católica ortodoxa, pero no tienes que ir si no quieres, sé que no eres creyente.
—Me apetece ir, de todas formas a tu lado todo se vuelve una experiencia. ¿Qué me pongo?
—Lo que quieras— me dice— Te espero abajo.
Se va con su traje entero negro. Me voy al vestidor y saco un vestido de color rosa palo. Me cae por los hombros con las mangas anchas en mis brazos. Hay uno que otro hueco en mis caderas donde entra el aire y está atado con cintas me queda un poco corto.
Me pongo las gafas y bajo las escaleras fijándome en Alek que me mira de los pies a la cabeza, haciendo que me estremezca y los colores se me suban a las mejillas.
La sonrisa que me dedica es muy difícil que no se me contagie. Me da su brazo aunque esté enfadada lo acepto. Pasamos la puerta y ya hay un coche esperando. Alek es quién conduce y yo me siento de copiloto.
Varios coches se nos unen mientras vamos conduciendo por las calles, pasamos por un pueblo muy acogedor, con piedras en las calzadas y calles muy limpias. Niños pequeños jugando en las calles y vecinos en sus puertas charlando.
Paramos en la gran iglesia que está un poco alejada del pueblo. La gran campana adorna la parte de arriba de la iglesia, la iglesia blanca, tiene árboles a los lados de las puertas y su fachada es bonita.
Paramos en los aparcamientos, algunas personas entre ellas Calia ya salen de sus vehículos. Van con cosas muy largas y tapadas, su falda con estampado de pequeñas flores rojas le llega por los tobillos, de cuello alto y mangas largas.
—Creo que no voy con la ropa adecuada— le comento a Alek.
—Vas perfecta— me sonríe de manera tranquilizadora— Yo tampoco voy de manera adecuada.
Lleva razón, los chicos de afuera llevan polos de colores pasteles, rosas claros, azules claros y esas cosas, llevan además pantalones blancos y sus camisetas metidas por dentro, con sus pelos peinados perfectamente. Miro al hombre que tengo a mi lado y suelto una carcajada.
Solamente lleva un traje entero negro, con su pelo desordenado y sus gafas de sol, que por cierto no muchos de las personas las llevan puestas. En los ojos de Alek se nota ese brillo burlón mezclado con algo más que ahora mismo no quiero ni pensar.
—¿Nos vamos Julieta?— su rostro está iluminado por una sonrisa que yo no puedo evitar sonreír y morderme el labio.
—Sigo enfadada— le aclaro, sabiendo que ninguno de los dos se cree eso.
—Y yo también— me asegura con su sonrisa.
Sale del coche a la misma vez que yo y cuando nos volvemos a juntar él me ofrece su brazo. Andamos muy serios, aunque yo me esté quemando por su tacto. La mirada de muchos caen sobre mí, puede que sea por ser nueva, pero muy posiblemente sea por mi vestimenta. Como si me hubiera leído la mente Alek habla.
—No es por tu ropa, es por lo que provocamos. Estas preciosa y si alguien te dice algo, no sobrevive después.
No digo nada, me quedo en silencio asimilando sus palabras. Entramos a la iglesia, monjas con sus hábitos y cada una lleva en su mano una biblia. Me miran con desaprobación y siguen su camino.
Pasamos por un parque interno con una fuente en su interior y pequeños árboles junto a los bancos que hay a los laterales de la parcela. Andamos de forma firme hasta al final del patio y entramos en una sala con techos pintados de historias de Dios, Lucifer, demonios y humanos que caen en la tentación.
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Superstición Keinox
Roman d'amourDespués de todo lo ocurrido con Hera Keinox, llega un estado de calma, en el que nadie ataca a nadie. Por ahora, sin embargo como todo llega, todo se va incluida la calma. La pesadilla de Hera se vuelve realidad, teniendo una hija que es peor que el...