Capítulo 63

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ALEKSSANDER.

Ha pasado más de un mes en el que nadie sabe nada de Hela, la he buscado por toda Rusia. No tengo dudas de que Rylan se la ha llevado, no lo he vuelto a ver desde esa reunión. La hermandad no sabe nada de él y lo sé porque los he amenazado.

Irrumpí en una de sus reuniones con una metralleta y algunos hombres de la mafia italiana, las torturé hasta que me sacie y no sabían nada. Hace un mes que no he vuelto a la central alemana, sin embargo Nathaniel me comenta todo lo que pasa, él cada vez que me llama está más roto que antes, el saber que su hija está secuestrada le hace daño, pero a mi me mata, porque sé lo que son capaces de hacer.

La quiero y la hecho de menos cada maldito día, su mal humor y su sonrisa, los tiempos que pasamos peleados, y para ella era un enfado para mi eran sonrisas que sacaba pensando en cómo se volvía hacia mí con sus cejas fruncidas, o cuando se volvía roja por cada cosa que le hacía, ya que todo era nuevo para ella.

Saber que puede estar tan mal que lleva tiempo sin contactarse con nadie me mata, porque ella es tan fuerte que ahora estaría aquí y el que no esté me da una mala sensación. Hay dos opciones o está muerta, que me niego a pensar eso o está tan herida que no puede ni andar. Juro por dios que mataré a ese cabrón y a todo su apellido si hace falta.

—Señor— un escolta llega hasta mi sitio con una tablet— Me han informado de una explosión en una propiedad abandonada— me lo enseña en la tablet, es de todo menos algo abandonado.

—Lugar de la explosión— exijo saber.

—En Oimiakón un pueblo de Rusia con cuatrocientos setenta y dos habitantes, pero ha sido en una propiedad muy apartada de ese sitio— asiento dejando que me de la tablet— Es un pueblo con temperaturas demasiado bajas, en noviembre llega hasta los menos cuarenta grados.

—Dile al piloto que damos media vuelta y nos dirigimos hacia allí— asiente y acata mi orden.

Aterrizamos un poco alejados del pueblo. Hace mucho frío eso sí es verdad. Saco una foto de mi cartera donde salimos los dos, fue una de las primeras veces donde yo la estaba conociendo, nos emborrachamos y no me acordé de la foto, días después me las encontré en mi móvil. Es la única foto donde estamos sonriendo los dos de verdad, ella mostrando todos sus dientes y yo un pequeño hoyuelo que apenas es visible, en la foto nos miramos ni siquiera sabía que había hecho una foto y nos miramos de una forma que duele de lo bonita que es.

Me mira como alguien mira algo tan bonito que es irreal, y yo la miro como si fuera la luz en un túnel oscuro, un túnel que jamás había tenido ni siquiera una lamparita de luz que alumbrara el oscuro lugar.

El frío me hace dejar de mirar la foto y preguntar por todo el pueblo si la han visto. Solo llevo conmigo a tres hombres, los demás se han ido a Italia, por si a alguien de la hermandad se le ocurre atacarme mientras no estoy. Pregunto en el hospital si la han visto y siempre obtengo la misma respuesta, no.

La noche llega y con eso el frío se vuelve más insoportable que antes, mis hombres buscan un hotel y lo encontramos, los hombres descansan en su alcoba y yo pregunto en el hotel si la han visto, pero nada.

El sueño no llega por lo tanto subo las escaleras hasta la azotea, saco de la cajetilla de cigarros uno y lo enciendo mientras está entre mis labios, miro desde mi posición deseando verla. Solo un atisbo de sus ojos me daría una bocanada de aire fresco.

La luna que hoy es llena, alumbra el bosque oscuro del pueblo. Saco de mi bolsillo la daga que le regalé, ella no dejaría esta daga tirada, vi como sus ojos brillaban cuando se la regalé, esa fue una de las pistas por las que supe que la habían raptado.

Superstición KeinoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora