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Antes del ahora existió el tiempo, antes del tiempo existió la nada y antes de la nada existió él. Dueño de un reino ya olvidado en dónde cielos eran carmín y las tierras blancas yacían llenas de abedules de hueso de los que se presumían solían ser los más bellos, hubo un príncipe de escarlata, el más joven nunca antes visto. El monarca hastiado de la poca variedad de sus tierras sintió como cualquier niño el repentino anhelo de aventura que puesto en juicio ante la real corte, los veintiún hombres testigos de la creación misma se negaron

-¡Eminencia, está es por mucho su petición más absurda!- gritaron ellos al unísono

La sola idea de un gobernante lejos de su imperio era inconcebible a ojos de la corte pero el joven determinado defendió por todo medio su desición

-No es por ocio que pregono mis deseos, yo tan solo pido libertad- discutió

Aquellas lamentables súplicas de un espíritu reprimido no conmovieron la empatía de los crueles que en vez de comprender sus razones dieron su único ultimátum

--¡De ceder a su capricho entonces desprenderá de su nombre de su humanidad y con ello de su nobleza!

El joven no les temió en ningún momento

Entonces sacrifico mi nobleza a cambio de mi espíritu!- sentenció él

Los veintiún hombres no pudieron creer lo que sus oídos habían escuchado, fue en ese momento que sus corazones ardieron en cólera al mismo tiempo que la gallardía del joven se apagó.

-¡Una vez su egoísmo desaparezca y la razón sea lo único que le llene la boca le liberaremos!

Al pronunciar la condena el niño fue sepultado debajo de piedra e igual que a un prometo el joven yacía encadenado lamentando día a día su desgracia, entonces su llanto se escapó de entre las piedras y se colo entre las brisas, sólo así fue escuchado y la noche piadosa rogó a la luna y la luna angustiada suplicó al mar:

-¡Rueguen al cielo, padre nuestro piedad para el martir!, ¡rueguen al cielo, padre nuestro piedad para el martir!

Y con cada lágrima derramada por el prisionero el mar se hacía aún más enorme mientras que por cada grito la borrasca azotaba cada vez más fiera a los inocentes que vivieron en la superficie, mar y cielo lucharon violentos hasta que la cárcel del muchacho cada día se quebrara en pedazos.

El joven príncipe no sintió nada cuando una gran ola se llevó la tierra y destrozó con cólera todo a su paso, tan solo sintió la tierra mojada bajo sus pies a la vez que al nivel de su pecho su cuerpo flotaron pedazos de abedul y las ruinas que alguna vez fue su hogar, sus plegarias habían sido respondidas, finalmente era libre, sin embargo la libertad siempre conllevaba algún precio.

-¡Esto no es lo que yo quería¡- gritó el príncipe lleno de horror -Yo no pedí muerte tan sólo desee libertad

-Ingrato-

La noche, la luna y el mar se dolieron traicionadas por la desesperación de su protegido

Ingrato!- le gritaron ellas -Es de tus deseos que está masacre ha nacido, es la sangre de tus semejantes la que ahora mancha tu humanidad, todo no más que culpa tuya

Al pronunciar la maldición el bello rostro del príncipe se agrieto en tres pedazos, los más grandes males del hombre, la ira, la soberbia y el orgullo, esa fue su penitencia.

Las grandes olas subieron aún más feroces arrastrando las con ellas la vergüenza y la ruinas llenas de pena y dolor, el agua remplazó a la piedra y el mar se hizo su nuevo confinio.

Diario de una mártirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora