💮 Última carta a padre 💮

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Querido padre:

Nunca he sido buena con las despedidas.

Por favor, te ruego no vuelvas a esperar una carta mía.
Aún soy demasiado joven para comprenderlo, sin embargo, comprendo lo que la maldad significa, tú sabes lo que has hecho, tú conoces a quien has herido.

Me dolería pensar supusieras ahora te odio, más equivocado no podrías estar, es precisamente te adoro por qué dejo de escribir.
Te amo y te extraño tanto que lloraría sabiendo has lastimado, me dolería saber has matado.

Lo siento tanto, por favor perdóname.

Siempre tuya, Trish

🌸

La niña miraba la última carta que dedicaría a su padre, sus ojos yacían nublados ante velo saldado que cubría sus ojos, su somnolienta conciencia luchaba procesando está sería la última vez que escribiría al hombre que había está esperando toda su vida, al único espacio cuya confidencia era absoluta y mientras más veces releía cada uno de los párrafos más miserable la hacía sentir, no había forma más cobarde y canalla de despedirse que cómo ella lo hacía su carta.

Trish estaba realmente aparentando estar furiosa cuando en realidad se sentía vacía, al parar de escribir a su padre una parte de ella se desvanecía junto a sus palabras, junto a su cariño algo muy adentro de ella se moría, sin embargo, no podía dar marcha atrás, él habría lastimado a su madre y aquello no era un error que pudiera ser perdonado.

Frustrada rayó furiosa sus únicos dos párrafos, no estaba segura de realmente escribir es última carta.

Muy probablemente la mejor despedida era aquella que nunca llegaba a pronunciarse.

Escondida debajo del colchón sus pies helados rozaban el fría roble del piso y esa sensación claustrofobica presionaba su pecho haciendola olvidar por sólo un momento esa inmensa necesidad de quebrarse en lágrimas que tanto se había negado. Los sonoros pasos de su madre por la habitación no dejaban de perturbarla y a un lado suyo yacía su pequeña libreta que antes objeto de desahogo era ahora una cruel penitencia que absorbía cada vez más de ella rogando por más respuestas de las que realmente comprendía.

Una vez más ignoró el llamado de su madre que sonaba cada vez más preocupada, de cualquier manera no podía escucharla con claridad puesto había ocultado su brazo bajo cabeza con la simple esperanza de escuchar sus latidos de su propio corazón y así poder callar sus propios pensamientos. Donatella caminó lentamente cuando finalmente se tumbó sobre sus rodillas para así poder admirar a su hija escondida debajo su cama.

-Trish- la llamó su madre con esa dulce y suave voz tan propia de si -¿Acaso no me has escuchado?

Su madre que siempre había sido en extremo comprensiva, cálida y serena para esta clase de situaciones se recostó sobre el helado lecho para así mirar mejor a su hija. El pálido azul chocó con aquellos gigantes jades que desbordaban tímidas gotas de melancolía mas ninguna se atrevió a decir nada.

Desde que obtuvo conciencia cada vez que Trish lloraba y se sentía desesperada corría avergonzada a esconderse debajo de los muebles con tal de que ninguno la viese triste, era entonces que siendo pequeña, casi diminuta solía esconderse bajo la cómoda, cuando creció lo suficiente se ocultaba detrás del armario, ahora que era demasiado grande como para entrar en cualquiera de esos rincones se refugiaba bajo el colchón esperando así nadie pudiera encontrarla, ocasionalmente le aterraba pensar en que un día sería demasiado grande como para poder seguir ocultandose sin embargo después de todo, después tanto, aquella idea careció de importancia. Hojas arrancandas con rabia, todas dispersas se apilaban alrededor de ella, el peso de una última carta aplastaba su corazón abrumando su razón. Trish nunca había sido buena con las despedidas.

Diario de una mártirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora