Nunzio (giovanotto)

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Múnich 1935

«Él nunca había sido un hombre muchas palabras»

—Cuando tú mismo te esfuerzas por no decírmelo me es difícil estar convencida de tus intenciones, necesito que tú seas quién me lo proponga— refutó ella

Un par de estudiantes yacían recostados en la hierba bajo la sombra de un abedul al medio día, ambos se habrían saltado sus respectivas clases para dar pie a su reunión clandestina y lo que pretendía ser una tierna confesión en medio de una sesión de estudio se había tornada en una poco grata discusión

—Tu exigencia no forma parte de nuestra lección— la él cortó brusco

Nunzio Pericolo apretaba fuertemente su manzana a medio masticar mientras fijaba su vista en su gastado libro de anatomía al que ya hace mucho había dejado de prestar atención, maldecía en sus adentros lo absurdamente complicado que tratar con la señorita que tenía frente suyo pues sabía había cometido el peor de los errores, se le había escapado una muestra de cariño hacia su mejor amiga, la clase de muestra que hacer desear ser más que un simple colega

—Dijiste antes gustar de mí pero eso no significa nada, a todos los muchachos les gustan mis piernas por tanto no estás siendo claro conmigo, ¿Es que acaso tú me quieres o me amas?

Los simpáticos ojos de la señorita que hacían juego con su uniforme analizaban cuidadosos cada fino respiro suyo, ella estaba demasiado empeñada en obtener respuesta por lo que no estaba dispuesta a ceder, él en cambio habría pensado que con hacerle saber la pretendía hubiera sido suficiente pero se había equivocado, ella siempre encontraba una forma de hacer de los temas mundanos debates complejos

—¿Cuál es la diferencia?— preguntó él genuinamente intrigado

Ella rodó sus ojos con cierta obviedad

—Tú sabes, no es lo mismo amar y querer, puedo decirte lo mucho que quiero mis zapatos rojos pero yo amo a mi abrigo de piel

Nunzio la miró aún más confundido

—¿Eso qué tiene que ver?

—Eso quiere decir son sentimientos completamente distintos

Él mantuvo su postura firme, lo dicho, dicho estaba por lo que no veía necesidad de repetirlo

—No creo haya diferencia, es la necesidad de la gente tratando de dar sentido a lo que en realidad no lo tiene, uno ama y quiere a la vez

Ella detestaba esa aura de autoridad que emanaba cada vez que hablaba por lo que se tomó su comentario como una ofensa personal y ese temperamento impulsivo a veces fascinante sacó a relucir uno de sus atributos más desagradables

—¡Claro que no!— alzó la voz —es simplemente que eres un idiota insensible que no comprende los sentimientos básicos de las personas y es por eso que nadie desea estar contigo además de mí

Ella no sabía cuándo cerrar la boca.

Nunzio abrió los ojos sorprendido mirándola por primera vez en todo ese tiempo, su conversación ya era tensa pero no creía llegar a tal extremo, no creía ella se enojaría tanto, la señorita de inmediato comprendió su error

—Nunzio, no era mi intención— trató de componer

Él se levantó sin nisiquiera dejarla hablar

«Tampoco era un hombre que gozara de paciencia»

—¡Pericolo!, sabes que no es eso lo que quería decir

Ella corrió detrás suyo

—Si es eso lo que piensas acerca de mi te sugiero no me hagas perder más tiempo

Sus fulminantes ojos y sus voz calma era suficiente para hacerle saber que estaba furioso, nunca le había sido necesario gritar para intimidar valientes

—Pericolo— suspiró rogando —yo te creo, pero quiero escucharlo de ti

Él frunció su rostro lleno de rabia, no veía sentido confesarse después de tal desplante, no se tomó la molestia siquiera de encararla pues creyó ella ya no lo merecía.

«Ni mucho menos la clase de hombre que llora»

Digno continúo caminando llevándose consigo su virtud, él la amaba pero no amaba la forma en que gritaba o en qué se defendía, en ese momento pensó no armarla demasiado tal y como esa embarazosa situación en la que al confesar amor de pierde todo afecto por la persona idealizada, era una conclusión apresurada pero era cierto, ese amor de años se desvaneció en minutos dejando en él un hueco extraño, entonces se sintió estúpido, estúpido por creer que podía amar a alguien y ser correspondido, estúpido por creer que sincerarse así fuera solo un poco iba a ser una buena idea, estúpido por no haber podido concederle la nula atención que pidió ella, hubiera deseado poderle haber dicho te amo

Dorota— murmuró él en esa clase de suspiros que parecen dar maleficio con solo ser pronunciados

El pecho le ardía y los ojos también, realmente deseó dejar sus lágrimas caer pero se contuvo por qué eso le haría carecer de dignidad y ante todo se mantendría como un hombre digno.

«Él era un hombre de verdad »

Diario de una mártirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora