Nunzio

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Los primeras luces del día lo aturdieron como una ráfaga que intentó cegarlo, cuando abrió los ojos la niña ya no estaba ahí. No se dió el tiempo de procesar la situación correctamente, rápidamente se levantó y desesperado la buscó por todas partes pero no había rastro de ella por ninguna parte, nisiquiera la sábana con la que había capturado lo acompañaba.

Su primer instinto fue correr hacía los pasillos, todos estaban vacíos y su pánico era tal que no le permitía pensar de forma clara lo único que pudo fue gritar el nombre de su nieta a la vez que avanzaba, entonces sintiendo una corazonada que le aplastó el pecho profanó la tranquilidad de cada pasajero en tren, entró a cada cubículo aún ganándose la ofensa y disgusto de aquellos, su disturbio alcanzó gran magnitud que incluso un joven oficial le rogó parar, pero Pericolo no escuchó, abrió puerta tras puerta hasta que una en particular llamó su atención, detrás de ella yacía la apariencia de una nodriza acompañada de pequeños, le fue extrañamente adecuado, entonces puso más atención y descubrió que entre esas todas las caritas rubias y angelicales destacaba una pequeña diablilla de cabello rosado escondida bajo el calor de las mantas, el alma le volvió al cuerpo.

Pericolo nisiquiera tuvo que llamarla pues la damita que compartía la merienda con un montón de niños extraños que hasta ese momento habían sido demasiado cálidos y hospitalarios con ella se percató de la presencia de su cuidador no protestó, elegante y refinada se levantó, limpió las migajas de su rostro y vestido y con una increíble educación agradeció el cobijo a los samaritanos, a él en cambio no le dirigió palabra alguna pero tampoco estuvo renuente a seguirlo, Pericolo comenzó a creer en que había exagerado su reacción.

Caminó detrás de la niña y pronto notó la ausencia de su calzado

-¿Dónde perdiste tus zapatos?- la intercedió Pericolo

-No lo sé- respondió ella desinteresada

Trish volvió a recostarse en su asiento

-¿Y tu sábana?

-Tampoco lo sé

Pericolo volvió a sentarse, la miró con seriedad y notó la nula pizca de remordimiento en ella aún así lo dejó pasar, aquella paciencia no era usual en él pero probablemente estaba demasiado somnoliento como para ceder a sus provocaciones, en parte también comprendía el rencor de la pequeña pudiera tenerle en contra aunque no estaba muy conforme con este, miró a la niña y se percató de que ella temblaba, era una mañana de invierno y las ventanas del tren estaban abiertas por lo que era lógico que una pequeña niña sin abrigo o zapatos se estuviera congelando, se despojó de su saco y le dio cobijo, Trish no comentó nada pero al cabo de unos minutos también se quedó dormida. Él agradecía su cansancio pues al permanecer con los ojos cerrados no tendría que observar a los demás niños en el tren que incluso en pleno viaje abrían y disfrutaban de sus obsequios, odiaba demasiado no tener nada para ella en ese instante.

Pericolo que está vez velaba su sueño no podía dejar en el estado de Donatella o en la forma en que haría que Trish le regresase la palabra, estaban a pocas horas de finalmente llegar a su destino y se sentía ansioso.

No tardaron demasiado en llegar a su destino, el ruido del movimiento no pudo despertar a la pequeña por lo que la tomó con cuidado y procuró no perturbarla, al cabo de su partida fracasó ya que los gritos de los oficiales la obligaron a abrir los ojos, Pericolo no pudo evitar maldecir pues era él quien tendría que lidiar con su mal humor, sin embargo, Trish no respondió, permaneció inerte a su molestia. Pericolo casi corría apresurado, tomaba trayectos complicados que la niña en sus brazos no podía comprender, esta no reconocía el lugar en el que estaban y por más disgustada que se encontrara con su abuelo no pudo evitar aferrarse a él pues el miedo inconciente a los desconocidos había comenzado a consumirla.

Tomaron autos distintos, para Trish Una fue impresionante pues estaba casi segura de que era la primera vez que se subía en uno, los colores pálidos de su hogar se habían desvanecido y en su lugar habían sido reemplazados por los grises sin vida dignos de una cuidad apresurada que nunca duerme, el adulto hace mucho había parado de hablar en el italiano que tanto solía usar, una combinación de lenguas hermanas que la niña creía que eran para bromear la mantuvo a la expectativa.

Un tráfico espantoso que lo ponía cada vez más furioso entretenía enormemente a la pequeña que se pasaba el tiempo contemplando los vehículos ajenos maravillada, ella estaba tan concentrada que no notó siquiera cuando habían llegado a su destino, un magnífico edificio de mármol les habría las puertas.

Pericolo hizo lo debido y se llevó a la niña consigo, la recepción de un supuesto hotel estaba preocupado por su tardanza, del vestíbulo un caballero contemporáneo de Pericolo se acercó a ellos agitado

-¡¿Dónde te metiste Nunzio, la gente no para de preguntar por ti?!

La infante se sintió cohibida ante la agresiva presencia de el extraño, Pericolo en cambio que conocía demasiado bien a su asaltante se limitó a mirarlo de una forma desagradable que pudiera dejarle en claro lo horrible que había sido el viaje para él, su colega, su amigo, comprendió el gesto, delicadamente se dedicó a inspeccionarlo y no pudo guardarse su juicio

-Hombre, si te ven así los demás te denunciarán por maltrato y negligencia infantil

Tanto a la niña como a él les pareció un comentario de muy pésimo gusto, sin embargo, tenía razón, no había contexto previo en el que un adulto de tan mal aspecto y su camisa hecha andrajos luciera bien cargando a una niña sucia, desaliñada, descalza y con el vestido roto. Sin responderle Pericolo pasó de largo a su compañero este angustiado le siguió

-¿Qué vas a hacer Nunzio?

Pericolo siguió avanzando con prisa, incluso Trish que no estaba conciente de la situación tuvo miedo

-Dame unos minutos, llegaré a si sea tan sólo al final

Pericolo estaba decidido pero su amigo no estaba igual de convencido

-Nunzio, Pericolo, tú no puedes, es demasiado tarde y no puedes presentarte en ese estado

Su rostro cambio de estoico a una extraña mezcla de culpa y vergüenza

-¿Entonces qué propones que haga?

-Debes reponerte primero, arregla a la niña pues sé tú intención es presentarla, por nosotros no te preocupes, In Útero y yo no haremos cargo de está primer hora

El hombre se dirigía a él con un rostro amable y una sonrisa sincera, Pericolo le dió la razón y se despidió con cortesía, mecía lentamente a la niña que la hacía sentir arrullo, ella en cambio no podía volver a cerrar a los ojos, pese a lo que su razón decía sentir aún se preocupaba por Pericolo, estaba realmente segura que su arrebato lo había retrasado de lo que fuera su plan para esa mañana, su conciencia no la dejaba en paz recordándole el lastre que había sido esas últimas horas.

La habitación que iban a compartir era enorme y lujosa pero ella no se permitió asombrarse, Pericolo se hincó a su altura y calmadamente le pidió arreglarse, Trish había borrado la expresión lastimera de su rostro y aunque aún se negó a responder se esforzó por no lastimarlo más, aquella había sido una mañana de navidad horrenda para ambos.

Diario de una mártirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora