Nunzio

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Sentada a las orillas del balcón ella reposaba tan tranquila y tan magnífica como el mismo ensueño, su llegada apenas había logrado perturbarla, sus almendrados ojos de un maravilloso azul pálido digno de aguas en invierno yacían perdidos en el horizonte contemplando con aires de nostalgia cómo sedimentos de concreto le impedían ver el mar que tan feliz la hacía, y mientras él despertaba gentilmente a la niña entre sus brazos no podía evitar recordar las malas épocas que juntos habrían pasado, para si mismo rezó aquella Donatella ajena incluso de su propia vida no volviera jamás.

Tan pronto estuvo despierta la pequeña Trish no obtuvo el valor para separarse de él, se aferró fuertemente a su pierna temerosa y angustiada, ninguno tenía el ánimo ni la iniciativa de hablar, sin embargo no tenían opción. Pericolo siempre siendo el más valiente llamó gentilmente a Donatella para que ella les considerara, está al verse interrumpida se habría sacudido de forma afable y con su siempre triste mirada los recibió, precio de todas sus tristezas era más delgada y mucho más pálida y pese ello una sonrisa de perla blanca se asomaba entre sus labios carmín haciéndola lucir maravillosa, nisiquiera en sus peores tormentos paraba de ser tan bella.

Todos se miraron en la habitación y ella era la única que sonreía, aquella indiferencia con la que se había mostrado se disolvió apenas en segundos, ella siempre había tenido esa gracia para hacer de la adversidad apenas una niñeria olvidando con sigo todo resentimiento.

-Estoy tan feliz de volver a verlos, deben estar exhaustos- dijo ella apenas en un susurró que aún siendo débil denotaba esa dulzura tan propia de ella.

Ante su pasiva respuesta Trish no se contuvo ni un momento más, se soltó de él y corrió hacía los brazos de su madre envuelta en frenéticas lágrimas que no la dejaban respirar al mismo tiempo no paraba de llamar desesperada a Donatella rogando su perdón. Su madre sorprendida apenas fue capaz de sostenerla, su hija lloraba de forma desgarradora, aquello le partía el corazón por lo que a la más mínima provocación la mujer acompañó con la misma melancólica sinfonía de sollozos, besando amorosa sus mejillas en un intento absurdo de consolarla, y para él era casi cómico, ninguna decía nada, sólo lloraban y de alguna forma parecían entenderse una a la otra.

El lenguaje implícito entre una madre y su hija era tan sagrado que alguien cómo él no era capaz de comprenderlo.

-Pericolo, desgraciado, ven aquí- abriendo sus brazos le invitó Donatella presa de risas entrecortadas por sus lloros.

Él las miró solemne, su rostro siempre fruncido no dejaba escapar ni una emoción aunque su pecho estallara enternecido, caminó lentamente para unirseles y aunque no sonreía había algo entre ellas que lo hacía sentir calmo y cálido, parte de su pequeña familia.

Para un hombre cómo él la rutina se sentía como la gloria, Trish dormida en los rincones era lo que más extrañó de su hogar, además ese exquisito aroma del guiso de Donatella enteramente sazonado con su sentimientos, el sonido de la plumilla garabateando sobre la libreta de la niña para finalmente cerrar su noche con esa cotidiana melodía que Donatella siempre cantaba para Trish antes de arroparla, la monotonía siempre le era un regalo.

Y cuando el día acaba y el cielo es negro salpicado de estrellas, él y Donatella comparten un último momento antes de marcharse a descansar, esa noche hubiera sido un crimen hacerla excepción. Fumando en él balcón permanecía sentado en esa antiquada mecedora que sus hijas le habrían obsequiado una nochebuena de hace ya varios años y a su lado esa silla de amplia madera esperaba al igual que él la presencia de la sentimiental Donatella. Cuando ella finalmente apareció se mostró con sus ojos vidriosos y un nudo en su garganta.

-Yo los extrañé realmente mucho- dijo ella acompañándolo

Él se mantuvo sereno

-Si yo fuese dueño de esta Italia derrumbaría estos espantosos edificios que arruinan la pintoresca vista de tu balcón

Ella asintió en silencio, no era la clase de mujer que maldecía pero tampoco podía negar no estar totalmente de acuerdo con él

-Es gracioso- habló Donatella -Trish se parece cada día más a tí

Pericolo la miró confundido, por un momento puso pausa a las largas caladas de humo que estaba dando

-No estoy de acuerdo. Cada vez que pienso en Trish no la miró cómo el reflejo de uno mismo, me gusta más pensar en ella como una mezcla de nosotros, podemos compartir el temperamento pero ella siempre tendrá tu corazón

De repente los ojos de Donatella se volvieron cálidos

-¿Es eso algo bueno?- cuestionó ella

-Todo mundo cruel necesita de un corazón blando, de lo contrario ¿qué sentido tendría la vida para ser vivida?

Nisiquiera él lo sabía, pero de alguna forma siempre lograba calmar el ánimo abatido de Donatella. Ambos callaron.

-Donatella- la llamó él

-Si Pericolo- respondió ella

-Tú, ¿Lo sigues amando?

Una sonrisa dolorosa se formó entre sus labios

-Ella me preguntó lo mismo hace un momento

-Es una niña demasiado lista

-Es igual a su padre

Pericolo se sintió asqueado, la sola comparación lo hacía sentirse enfermo

-Esa noche en que me llamaste, yo estaba aterrorrizada, temía el pudiera encontrarte, temía que todo aquello que ahora era mi vida jamás volviera a ser lo mismo, aún así la parte más egoísta de mi rogaba su llegada.
Yo realmente creí que cuando cruzara por esa puerta él volvería a ser el hombre del que yo me enamore, el padre de mi hija, yo en verdad creí que las cosas serían de la forma que siempre debieron ser.

El ceño de Pericolo se endureció con aún más fuerza poco dispuesto a responder

-Entonces él entro a mi hogar y me miró de esa forma en la que siempre solía mirarme cuando decía amarme pero algo estaba mal, esos no eran sus ojos, ese no era padre de mi hija, era sólo un cascarón que aparentaba serlo- ella volvía a llorar silenciosa -finalmente pude aceptar que estaba muerto.
Ahora no importa cuánto le he querido, el nunca volverá a ser mío.

Pericolo se negó a mirarla

-Ella no es igual a su padre pues ella no tiene ninguno.- protestó el hombre

Ambos callaron, su ambiente se hizo rígido

-Perdóname- susurró ella

Él anciano se levantó sin siquiera despedirse, había escuchado la disculpa de la madre sin embargo era ajeno de la verdadera razón por la cual ella había dicho eso.

Pericolo no deseaba pensar en el jefe, él jamás dejaría su hija fuera igual a su padre.

Diario de una mártirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora