Una (in minore)

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Las heladas siempre son crueles, especialmente en esa época del año, la infante despertó con las piernas congeladas, nisiquiera con la cabeza hundida en su almohada pudo ignorar los murmullos histéricos de su madre al teléfono, las lágrimas o la ausencia de su abuelo, el miedo no la dejó seguir durmiendo.

Su madre terriblemente irritada tiraba por toda la casa sus vestidos y pertenencias mientras que la pequeña llena de miedo no logra comprender la tan grotesca desesperación, ella se levantó y buscó la calma de su madre y al no ser correspondida inevitablemente comenzó a llorar pero Donatella apenas si la notó, Trish continúo sollozando en silencio observando todo desde el umbral de la puerta, sin embargo, nadie fue atenderla. Cuando la cabeza le dolió y sintió que ya no pudo respirar Trish regresó a su cama derrotada, de debajo de su almohada sacó su diario y comenzó a escribir pues dada a su situación era al papel al único que le interesaba su estado.

-¡Trish!- la llamó su madre -no sabía que ya estabas despierta, necesito ayuda

Donatella dejó caer sobre la cama una pesada valija, sin quererlo arrugó las notas de su hija, está le miró con un resentimiento doloroso

-¡Trish!, ¿No me estás escuchando?, Me es urgente ya estés vestida

Ella jaló su libreta para liberarla y al maltratarse está jura nunca dar perdón al mismo tiempo que se levantó de su cama por nueva ocasión, ella va con los ojos hinchados y las lágrimas secas, entonces su miedo se convirtió en un gran enojo y en su pequeña mente por supuesto su madre es la culpable.

Caminó por el frío pasillo que da a la sala y la escena le parece horrorosa, la finas hojas secas de menta y sus flores marchitas yacen en el piso violentamente arrojadas, la pequeña Una no era tonta, supo bien lo que el acto significa pero es el sonido de las llaves abriendo la puerta el que no le permitieron sufrir su duelo de forma adecuada, Pericolo con un mal semblante igual que el de su madre entró fatigado a la habitación, nisiquiera se molestó en reconocer su presencia, también la había ignorando.

Donatella salió de su encierro para recibir a Pericolo

-¿Tienes todos los papeles?- preguntó ella preocupada

Entonces los adultos siendo adultos hablaron sin considerar nada más, de alguna forma la Una pequeña se sintió asqueada.

Mientras se sube las medias y algodón palpa sus muslos no puede evitar pensar en su padre, no puede dejar de cantar su canción, no puede olvidar sus ojos, ella lo extraña terriblemente y el hecho de haber sido abandonada por segunda vez le forma un nudo en pecho que la lastima demasiado y aunque trate desesperadamente no puede soltar lágrima alguna, pues no se siente como la ira o la tristeza, se siente más como anhelo, un agrio e ingrato anhelo que ella añora aún incluso este la haya ofendido.

Donatella vuelve a interrumpirla entrando al cuarto de baño sin su permiso, luce cansada e impaciente, aunque la pequeña está demasiado molesta como para darle importancia, su madre le toma el pelo de forma brusca y con un toque poco amable arregla todo desperfecto

-Es tarde- la regaña su madre -realmente necesito te apresures, no tienes idea alguna de lo que esté retraso nos está costando

Trish no le dirige palabra o atención a Donatella y esto por supuesto la alerta ya que incluso en las peores circunstancias su hija siempre se esfuerza en ser amable y respetuosa, es hasta este momento en que su propia prisa tiene pausa, toma suavemente los hombros de la niña y la gira para ver su rostro esperando en él encontrar la fuente de su molestia

-¿Trish?- la llama tímidamente

Su hija se niega a mirarla, tiene el rostro fruncido y los ojos enrojecidos, no hay descripción alguna que pueda definir el dolor que en ese momento siente Donatella

-Trish, mi niña, por favor háblame- ruega su madre con la voz hecha trizas

Aún esa ella se niega mírala, en sus ojos las lágrimas comienzan a formarse.

Basta con un par de más ruegos lastimeros hasta que su orgullo se rompa y por fin se digna a pronunciar palabra

-¿Tú echaste a papá anoche no es cierto?, porque lo odias

Donatella abre los ojos consternarda

-¿Acaso él te ha dicho eso?

Trish se mantiene firme

-Tú lo odias, no lo amas y hace mucho que dejaste de hacerlo, por eso él tuvo que irse, por eso nos abandonó

El torvo de su madre se endurece y severa le demanda que pare pero como sin de un espíritu se tratase ella desobedece y exclama todo tipo de ofensa que de defiende la honra de su padre a la vez que hiere a su madre

-Te he dicho que pares

Trish no lo escucha, en cambio sus susurros se hacen gritos

-¡Es culpa tuya él realmente desea volver pero tú no se lo permites, el si nos ama!

-¡No sabes de lo que estás hablando, te ruego que pares!

-¡Papá siempre me ha querido pero eres tan egoísta que nunca le haz permitido verme!, ¡Eres una egoísta y siempre-

La sangre le hierve a Donatella y pierde la rienda sus propios sentimientos, ella no se lo propone pero su hija no puede terminar de pronunciar sus palabras pues una fuerte bofetada la ha callado.

Las manos le tiemblan a su madre no es capaz de mirarla a los ojos, entonces Trish jura, exclama, grita;

"Jamás te lo voy a perdonar"

Su madre se desvanece y se echa en el piso a llorar desconsolada.

Pericolo testigo de la conmoción corre por a sus damas y ve a la menor llena de odio salir del cuarto de baño mientras su mayor está destrozada en la loza llorando, él trata de ayudarla pero está le ruega privacidad, al ir detrás de la menor está ya se ha arrancado todos los moñitos que con tanto cariño su madre le ha colocado, ofuscada se pone el vestido y lo zapatos y cuando declara estar lista ordena a Pericolo la saque de ese lugar.

Pericolo una vez más regresa a comprobar Donatella, está continua siendo un manojo de nervios hecho melancolía, pero está le ruega saque a su hija y se la lleve tan lejos cómo habían acordado, el adulto no se siente seguro pero es está la ocasión en qué no se pueden dar lujo a la duda.

La niña espera impaciente, Donatella no para de llorar, aunque Pericolo le implore se despida de su madre está se niega, incluso a él ha comenzado a desobedecer.

No hay besos de despedida, no hay cariño, sólo existe la vergüenza, dolor y y arrepentimiento en tan atroz mañana de Nochebuena.

Diario de una mártirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora