Una (in menore)

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Algunas horas habían pasado hasta que abrió los ojos y un rayo de luz artificial cegó sus ojos, ese choque tan repentino al despertar la aturdió por un par de minutos, algo se sentía terriblemente mal, sin embargo no podía distinguir qué.  Reflexiva miró su alrededor, el lugar completamente extraño o las caras desconocidas, nada pudo perturbarla, nada excepto la calma llana, eso la asustó definitivamente, no era la clase de calma que sentía cuando estaba fuerade peligro, esta era anormal, era algo más artificial, algo químico.

Partes de ella de las que nisiquiera tenía conciencia le dolieron demasiado, tuvo la sensación de poder quebrarse con la brisa del viento y fue lo vulnerable de su estado lo que encendió el pánico, entonces una enorme incertidumbre presionó su pecho, su más grande miedo hasta ese momento la azotó despiadado, desesperada buscó por todas partes y sin respuesta clara, una gran figura aguardaba su a su compañía, esa cara poco amable la tenía bajo custodia, Trish dedujo que aún estando rodeada estaba sola.

Lento se removió buscando algún consuelo, su mente divagaba y sus últimas horas antes vividas le parecían una fantasía

Mamá

Su lastimero quejido lleno de ruego resonó por toda la habitación, fue lo único que su garganta lastimada pudo pronunciar, fue lo único en lo que pudo pensar en ese momento.

La mujer de corto cabello negro y espeso que la acompañaba saltó apresurada de su asiento tan pronto la había escuchado, sus grandes ojos opacos la examinaron con desconcierto, ella tan frenética como alarmada corrió lejos de la niña, era cómo si sus súplicas hubieran sido interpretadas como amenazas.

La infante postrada en cama se quejó por nueva ocasión aún mas fuerte negándose a la soledad que era expuesta, buscaba a su madre, buscaba a su abuela, tan sólo quería consuelo que prometiera sencillay digna esperanza.

Sus quejidos resonaron por la habitación y cuando sintió estos no fueron suficientes se aseguró de hacerlos audibles por todo el lugar.

Un estruendo gutural acompañado de un gran gruñido opacó la ronca voz de la dama que de ella había escapado, era inconfundible. El dolor controlado a causa del fármaco debilitó su sentido, ella deseo gritar de nuevo pero su garganta seca y dolorida se lo impidió, la boca le sabía a amargura y su resentimiento crecía cada vez más, los ruegos desesperados por parte de la mujer imploraron al hombre dejarla permanecer, la niña ahora conciente a quejó su pena impotente, lágrimas llenas de rabia le escurrienron por las mejillas, Trish ya no deseaba dormir, ella tan sólo quería volver a casa.

Las paredes delgadas de su habitación le permitieron escuchar con toda claridad el debate poco grato entre adultos, ella le habría acusado de ingratitud y él a ella de insensata, la gran dama trató por todo modo de convencerlo en reservar su visita, sin embargo en caballero no cedió, firme y severo la hizo callar como todo un diplomático,  igual que su nieta había recuperado la claridad del pensamiento por lo que en esa ocasión había dejado en claro preferir el bienestar de su hija antes que el de su colega.  La mujer calló sus palabras pues sabía aquella era una guerra imposible de ganar, Trish testiga del despotrique sintió el preludio de los pasos sonoros del pasillo que la llenaron de emoción, supo de inmediato quien era el dueño de ese ritmo tan particular al caminar, para ella era imposible no reconocerlo.

Un Pericolo más imponente de lo usual atravesó el umbral de la puerta, detrás de su rostro demacrado destacó el anhelo de su ilusión, el sonreía sintiendo la tranquilidad volver a su cuerpo, la niña, su hija había recobrado dichosa el hilo de su esperanza. Ella  nunca lo había visto acercarse tan rápido como lo hizo esa vez, él se abalanzó cubriéndola con un gran y cálido abrazo y ninguno, no lo vieron necesario, ambos estaban muy concientes de lo que cada uno pensaba, por un momento las asperezas entre ellos dejaron de importar, estaban juntos y no podían pedir más.

—¡Nunzio!— regañó la mujer en el fondo —es delicada, ten cuidado

Ante su desagradable manera de exigir tanto al hombre como a la niña les despertó una gran apatía que contuvieron por cortesía, nada en ese corto tiempo había ido en favor suyo y lo último que necesitaban y estaban dispuestos a soportar era el temperamento fuerte de la señorita.   Aún así Pericolo comprendió sus frustraciones, de la misma forma en que no tomo por personal la ofensa, atendiendo a su educación se vio en intenciones de marcharse tal y como ella se lo había ordenado.

Tan pronto notó sus movimientos Trish se lo impidió, su temor al abandono seguía presente, el trauma a mariposas permanecía vívido antes que cualquier otra memoria, estaba convencida las pequeñas y brutales bestias volvieran, ella creía que de verlas una vez más moriría. Se aferró con toda la fuerza que solo una niña pequeña es capaz de tener a su mayor con la certeza de que de aquello dependía su vida, digna y severa como toda una dama se abstuvo de lloriqueos o niñerías pues había dejado en claro su virtud e ímpetu ante la otra dama que recién conoció.

Su abuelo terriblemente perspicaz supo reconocer el ruego detrás de su hostilidad, no podía culparla pues el reconocía ser responsable de la atrocidad cometida, entonces la sostuvo lleno de cariño permitiendole descansar plena en un arrullo suave, cuidadoso la acercó al rincón más profundo de su pecho y con tranquila ternura susurró "sabes que yo nunca me iré, te amo tanto que nunca tendría el coraje".

Tan simple declaración entendió toda incertidumbre dentro suyo, era la primera vez en que ese hombre tan inexpresivo como severo decía amarla, era conciente de ello y ella lo hacía también pero ese suspiro en forma de canción supo traerle la calma que su corazón buscaba desesperado.

Ese mediodía de nochebuena había sido catastrófico hasta ese momento, por alguna razón que ella no logró comprender sintió estar completa y lejana de todo problema o de toda preocupación, por ese momento se le concedió la libertad de volver a ser una niña, se le obsequio el conocimiento de la maravilla de ser querida.

Ella durmió y él no la abandono ningún momento.
Hacia unas horas desde que había hablado por teléfono con Donatella, y mientras una parte suya se mantenía serena al reconocer la mejoría de su estado, la otra se mantenía intranquila, la culpabilidad seguía presente y esa sensación a cobardía no dejaba de atormentarlo, él nunca reveló a la madre la delicadeza de su hija.

Podía mantenerse tranquilo sabiendo que su prioridad principal descansaba sana y tranquila a un lado suyo, aunque  preocupaciones no habían sido aplacadas, una turba furiosa de hombres de antaño esperaban impacientes actividad suya, estaba inseguro de proceder, sin embargo, sabía muy bien era lo único que podía hacer, no desistiría de su plan, habían sufrido tanto para llegar lejos que creyó que abandonar sus ideales hasta este punto sería ingrato, se encontraba determinado

Diario de una mártirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora