capítulo 1. la apuesta

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Miro a mi amiga con los ojos tan abiertos que creo que vi rodando mi óculo por el suelo, o tal vez era una albóndiga moviéndose, no esperan, ¿desde cuándo las albóndigas caminan? Ou, creo que no querrán conocer la respuesta; en fin, en que íbamos, si, en mi amiga la persona menos ingeniosa en el mundo, la más corrompe personas y sobre todo la socia del demonio, y sí, mi amiga era así de mala, que me sorprendía como yo, alguien tan inocente, buena persona y sobre todo muy callada, terminaba con ella.

-Deja de pensarlo -comento viéndome "seriamente" lo que en el idioma de Megan significaba fruncir su boca en una mueca escondiendo una sonrisa -es fácil, el hombre esta como para comérselo con chocolate, tú no tienes que hacerlo claro.

De nuevo no lo podía creer, esta era mi amiga, la chica pequeñita de cabello largo morena que me incitaba a tales cosas, porque si la veías, dirías: "oh, que ternurita" pero Megan era todo lo contrario a ternura, malvada y casi demológica eran sus adjetivos, y si, ella era la que ahora me proponía a enamorar a John Sanders, nada más ni nada menos que el delicioso profesor de matemáticas, que estaba tan bueno que hasta mi mamá me había hecho reprobar su materia solo para tener que hablar con él, y no les miento, lo hice.

-Pero, te escuchas Meg -me escandalice, eso era una total locura - ¿Cómo lo hare? Sabes que no puedo ni acercarme a alguien sin que Steph se dé cuenta, y cada vez que lo veo, ¡tartamudeo! Yo ni siquiera me he puesto roja antes por alguien, pero con él todo se enciende.

Mi amiga sonrió cómplice, la verdad era que tipos como mi profesor hacían que una sufriera un orgasmo visual, y creo ver a varias chicas sufrirlo, ni las profesoras se salvaban, John era un profesor de reemplazo que había llegado hacia dos meses, dos mese donde todo el alumnado femenino y algunos masculinos había tenido suficiente para planear algún atentado sexual contra él, al parecer Megan fue una de las compinches, porque varias estudiantes le habían estado coqueteando, pero si no fuera porque Jefferson Morris le intento coquetear y el profesor muy amablemente le dijo que no, diría que él era gay, pero no, no lo era, y aun así había rechazado hasta las porristas más calientes de toda la secundaria, a Meg que era una de las más sexys de la secundaria, no era casado, no era gay, no tenía novia -créanme que lo sé, Meg me hizo seguirlo toda una tarde -solo descubrimos que vivía en un apartamento del centro, con un perro labrador y un amigo que era igual de sexy que él, pero ni una novia, ni una amiga muy cercana, ni viudo, ¡era la cosa más increíblemente comestible y el pobre no tenía ni un ligue!

-Steph no lo sabrá -me tranquilizo fallando un poco -el profesor ni siquiera sabrá que eres tú, todo será por mensajes.

Mire hacia la mesa de mi novio, casi novio o por ahora éramos solo, ex-novios, pero eso se organizaría muy pronto, Steph era mi novio hacía más de tres años, si terrible, lo que sucedía era que él y yo éramos de esas parejas que terminaban, volvían, se reconciliaban con sexo y volvían a pelear, una vez duramos diez minutos terminados, pero de alguna forma volvíamos, él estaba en la mesa charlando con algunos de sus amigos y al verme se volvió serio.

Tal vez, esta vez seria para siempre, tal vez pasara mucho tiempo hasta que volviéramos, lo que si se era que yo no sería la que pidiera perdón, él lo sabía muy bien esta vez: no sería yo siempre la que se rebajara; estaba cansada de que él se equivocara, él terminara y yo arreglara las cosas, ahora él sufriría, tal vez fue eso lo que me dio fuerzas de donde no tenía.

-Está bien, que se pudra -mi amiga sonrió y me miro más contenta que antes -no me dolerá engañarle, como él lo hizo miles de veces y yo se lo perdone, igual, solo serán mensajes después de todo ¿no?

Ella asintió contenta de que yo aceptara, era fácil, yo era muy buena mintiendo, y era muy buena en literatura, por lo que enamorar con palabras no debería ser tan difícil, después de todo estar con Steph tanto tiempo me enseño algo. Megan se encargaría de conseguir el número de John, y luego daría inicio al plan, por lo pronto al entrar en su clase ese día a última hora me senté en uno de los puestos de atrás, no porque quisiera, era más bien porque todas las sillas de adelante eran ocupadas por las porristas y otras chicas, mientras que la población masculina heterosexual se hacia atrás, sintiéndose rechazados por todas esas chicas.

Imposible quererte, profesor I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora