capítulo 11. John el cerdo marrón

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Capítulo 11. John el cerdo marrón.

Sentía como sus ojos taladraban mi cuerpo, él estaba desnudo arriba de mí y yo sentía como todo mi cuerpo se estremecía bajo la fuerza de sus ojos azules en cada parte de mí, su sonrisa cada vez más oscura y el delicioso color de su piel brillante a penas por la poca luz del lugar, él estaba allí, conmigo a toda su disposición.

Y yo lo quería.

John se acercaba cada vez más a mí y podía sentir el calor de su cuerpo desnudo tocando el mío que apenas estaba cubierto por una capa de tela negra que se hacía llamar bragas, y yo quería que sus labios me besaran, quería que estos me tocaran, pero no lo hacían, él no me tocaba, pero su mirada era un total orgasmo en mi cuerpo, él no se atrevía a besarme, pero con su sonrisa podía sentir más sabores que con su boca, todo era tan lento y tan frágil, pero él no hacía nada, era su mirada la que causaba la excitación en mí, esta iba creciendo a medida que se volvía más fuerte, más penetrante, no hacía falta tocarnos, con mirarnos podía hacerme más que una mano en mi cuerpo, con mirarme podía hacerme llegar a un clímax más fuerte.

Y me beso.

Sentía sus labios tocar los míos, y la suavidad de ellos en la piel de mi boca, como eran de lentos sus movimientos pero al mismo tiempo, tenían más pasión que una misma obra de arte, el roce de su nariz en la mía.

-oh bésame John -decía yo con la voz tan ronca que se me hacía desconocida -bésame John.

Escuche unas risitas, pero que estaban tan allá del lugar mágico en donde yo me encontraba que creí que solo eran algunos ángeles, pues yo me sentía en pleno cielo con su boca en la mía, su lengua jugueteando con la mía, y su nariz -una nariz que parecía más mojada de lo normal y más grande de lo que se debería sentir una nariz.

De pronto, sentí unos besos más mojados de lo excitantemente reglamentado en el manual de besos sexys, y una nariz más ancha de lo normal según las narices biológicas del ser humano.

Abrí mis ojos.

Y oh dios, todo fue un sueño.

Un maldito sueño, ¡increíble! Todo fue mi imaginación y con la ayuda de un cerdo color marrón.

¡Un cerdo!

Tenía un cerdo en mi boca, el cerdo me estaba besando. Saque al cerdo de mi boca para ponerlo en el suelo, previamente descubriendo que había risas en mi cuarto, las mismas risas que había catalogado como ángeles, eran simplemente la risa de Megan y Leila.

- ¡imbéciles! -les grite parándome de la cama y corriendo al baño.

Acababa de besar a un cerdo, acababa de tener una fantasía sexual con mi profesor y acabe besando a un cerdo por eso... no. Lo. Puedo. Creer.

Eso fue asqueroso, aunque en mi sueño no, pero ¡un cerdo!

-oh bésame John -decía Leila con sus manos alrededor de su boca simulando un beso -John el cerdo marrón.

Escuche sus risas al unísono, las dos estaban partidas de las risa en mi baño, yo no comprendía que era lo tan gracioso... besar a un cerdo no lo era.

Ja, ja, ja, claro que lo era, pero esas no son risas de felicidad, eran risas de niña llorona con mocos por toda la cara, era gracioso si no eras tú quien beso al cerdo.

Y ahora que lo pienso.

¿Qué hacia un cerdo en mi habitación?

-Ustedes dos engendros de satanás -les grite aun con mi cepillo de dientes, por lo que de seguro sonaría a la abuela de Megan hablando sin su caja de dientes -lárguense ahora de mi baño.

Imposible quererte, profesor I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora