32 ☆

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Elena

Cuándo desperté no había nadie a mi lado. Me dolía un poco la cabeza pero recordaba todo perfectamente. Sobre todo, lo mucho que me costó conciliar el sueño. Resultaba que después de esas confesiones que me atreví a soltar gracias al alcohol y después de semejante tensión, fue muy difícil dormir sin desear subirme sobre él o besarlo. Solo besarlo hasta que amaneciera.

Recuerdo que solo me dio un beso en la frente en medio de la noche y aunque estaba un poco adormecida, me aferre a su camiseta y lo besé. Por un momento creí que había ganado y que conseguiría que me hiciera suya, pero Stephen se alejó. Su risa ronca y sus dedos en mis caderas no me calmaron muy rápido, que digamos.

Metida entre las sábanas, casi como si tuviera frío, miré hacia la mesa de noche. Había un café humeante servido hace poco. Pero no me quise mover. La cama, las sábanas y las almohadas tenían su olor. Cerraba los ojos y mi estomago se me revolvía con fuerza de los nervios.

Pero, tenía que despertarme porque Wanda podría aparecer en cualquier momento con mi hija en sus brazos. Así que obligué a mi cuerpo a levantarme dejando caer las sabanas para sentarme al borde de la cama. Miré a mi alrededor. La verdad era que nunca antes había estado en el cuarto de Stephen. Yo sentía que sobrepasaba un limite de confianza si lo hacía. Pero parecía que eso anoche no me importó e incluso casi me desnudé. Lo cierto es que odiaba el vestido y como me hacía ver así que terminé sacándomelo y metiéndome en su cama. 

Me reí sin querer y me llevé los dedos a los labios. Cerré los ojos e imaginé, recordé el sabor de sus labios. La textura. La suavidad. Era tal cual me lo había imaginado. Y cuando los abrí me sentí ansiosa, nerviosa. Necesitaba verlo a la cara y saber que lo que había pasado anoche, no había sido producto de mi imaginación. Pero cuando me deslicé a mi habitación, me duché y me cambié ropa no lo vi por ni un lado del santuario. Era como si se hubiera evaporado. 

Traté de dispersar mis pensamientos y llamé a Wanda. Dijeron que vendrían por la tarde, porque aún estaban durmiendo con ella. Que no me preocupara y que solo me relajara. Aunque insistí en ir por ella, Wanda solo insistió de vuelta en que aprovechara esas horas para descansar bien.

Así que traté de hacerle caso. Me preparé un café cargado y luego subí, pasé por la biblioteca para ojear los libros y casi escupo el café en mi boca cuando vi todos los libros apilados en un rincón y en madera tallada en la parte de abajo decía "Libros prohibidos de E.S". 

—Hijo de... — murmuré. 

Pero en menos de lo que me di cuenta, me estaba mordiendo el labio y riéndome de mí misma.  Salí de ahí cuando me terminé el café y me quedé cerca de las viejas reliquias de Strange. Cerca de la hermosa ventana enorme redonda, me senté. Crucé las piernas y comencé a meditar. 

A veces cuando lo hacía mi mente se dispersaba hacia otros lados. Partes del pasado, que me atormentaban o que seguían ahí para hacerme sentir mal. U otras simplemente ponía mi mente en blanco. Traté de que fuera así, pero me di cuenta al abrir un ojo que de mis dedos otra vez salía esa luz morada, era similar a la de Wanda pero de otro color. Dejé de meditar y extendí la palma de mi mano, sobre ella la pequeña bola de luz purpura comenzó a crecer del tamaño de una bola de ping pong. 

—¿Alguna vez has pensado en contarle a Wanda? — la voz de Stephen me asustó, pero al verlo mi cuerpo se relajó. La bola de luz permaneció ahí y volví mi vista a ella con total curiosidad. No dejaba salir ese extraño poder en mi a menudo. Era como si yo viviera fingiendo que no estaba ahí. 

—No pero, supongo que lo sabe. Hay muchas que no le digo que ella sabe perfectamente. 

Stephen estaba de brazos cruzados, con su traje de hechicero. Lucía agotado pero pensativo cuando volví la vista a él.

Red Rope  ━ Stephen Strange/Steve RogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora