Capítulo 7: Memorias Nubladas

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03 de Mayo de 2020 9:30 am, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

El olor de la comida recién hecha inundó sus fosas nasales deleitando sus sentidos y abriendo su apetito, tomó asiento frente a su hermano y probó la pasta hecha por su padre. Olvidó durante un momento el verdadero propósito de esa cena, de manera que los nervios salieron de su cuerpo.

Su madre sonreía ampliamente y hablaba entusiasta de varios temas, entre ellos de su trabajo como chef en los restaurantes pertenecientes a la familia. Su padre, por otro lado, escuchaba atentamente a su esposa y hacía cortos comentarios.

El vaso de agua con hielo frente a ella comenzó a empañar el cristal de este. Su tacto sintió la frialdad del objeto cuando lo agarró para llevarlo a sus labios y beber de su contenido. Lo volvió a poner sobre la mesa y respiró calmadamente antes de romper con el repentino silencio de la cena. Se recargó en el respaldo de la silla de madera, observó a cada uno de los presentes al mismo tiempo en que sentía los latidos de su corazón contra su pecho.

—¿Pasa algo, Aysel? —preguntó su madre que se levantó para ir a la cocina por otra porción.

Aysel negó con la cabeza, su madre la miró con preocupación y luego se sentó en donde anteriormente estaba.

—Quiero decirles algo —dijo con la voz un poco temblorosa.

Leonardo dejó de comer, recargó sus antebrazos sobre la orilla de la mesa y juntó sus manos, por su parte, Marco alzó la mirada con interés y Ana María le prestó su completa atención. Ferrara se levantó de su asiento y apoyó las palmas de sus manos con delicadeza sobre la mesa para darse apoyo y disimular los nervios.

—Adelante —la alentó a hablar su padre.

—Es algo que he estado pensando mucho últimamente —aclaró su garganta—. Ha sido difícil para mí aceptarlo y mucho más decírselo a las personas.

Aysel y Marco conectaron miradas, en los ojos avellana de su hermano encontró una pizca de temor que fue cubierta por él cuando interrumpió el contacto visual.

—No quiero decepcionarlos a ustedes que me han dado su apoyo siempre, pero tampoco quiero seguir ocultando lo que soy —sus palabras salieron de sus labios con una fluidez que Aysel no podía creer—. Soy lesbiana.

Silencio, eso siguió después de su declaración. Las sonrisas desaparecieron, la presión se apoderó del ambiente haciendo que Ferrara se tambaleara sobre sus piernas que perdieron fuerza. Escuchó como la madera de las patas de la silla se arrastraban contra el suelo, pero no pudo ver quien se levantó, ya que tenía la vista hacia abajo.

Con un toque suave y cuidadoso, las manos de su madre levantaron su rostro. Aysel miró directamente a los ojos negros de su madre mientras ella acomodaba el pelo que cubría su rostro y acariciaba su mejilla.

—Cariño, no nos decepcionas —dijo su madre con una media sonrisa—. Eres una buena hija y eso no cambiará por tus preferencias. Te seguimos amando tal y como eres.

Aysel no pudo contener el llanto. Las lágrimas humedecieron sus mejillas y su corazón sintió una gran liberación al escuchar a su madre. Su hermano observó la escena desde su lugar, conmovido por ambas.

El estruendo de un golpe fuerte contra la mesa la hizo vibrar y alertó a todos. Leonardo respiraba agresivamente con la mirada fija en su hija. Una punzada en su pecho la hizo retroceder un paso casi tropezando con la silla atrás de ella.

—No, tú no puedes ser lesbiana —habló con un tono tosco—. ¡Eres una mujer, te deben de gustar los hombres!

Aysel se quedó quieta, la reacción agresiva de su padre la hizo sentir insegura. Su madre no podía reaccionar por el impacto del enojo de su marido y Marco vio a su hermana menor con preocupación.

SOUFFRANCE | Primer LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora