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Cuando Jimin pidió que espere por su regreso mientras bromeaba sobre no soportarlo, jamás pensó que eso realmente pasaría.

Se planteó diversas hipótesis, tal vez desarrolló tan rápido su afecto hacia el pelirosa por ser alguien preciado para él desde hace varios años y por haberle dado un trato especial y cariñoso.

Quizás se sentía solo o simplemente extrañaba el placer sexual que le entregó, tan fugaz y tan intenso que no podía olvidarlo.

Lo cierto es que en un mes Jimin no había dado señales de vida. Cada día su preocupación y anhelo aumentaban en cantidades abismales y con el único ser humano que podía hablar sobre esto porque daba fe de los acontecimientos, era NamJoon.

—Esta semana tampoco fue a tu casa, ¿cierto?—Jungkook asintió.

—Tal vez está ocupado.—Trató de restarle importancia al tema, pero el contrario tenía mucho que decir.

—¿Y si lo compraron?—El pelinegro palideció.—No, no lo creo porque ya lo habrían anunciado y yo he revisado constantemente las noticias recientes.—El alma volvió a su cuerpo.—¿Y si simplemente ya no le gustas o decidió que ya no vendrá a verte porque esto le causó problemas?

No quería ser pesimista, pero también lo había pensado. Park Jimin no era libre y, por lo tanto, salir del burdel ya era una falta grave, pero esperaba que estuviese bien.

—Debo irme a casa porque ya agoté la cuota semanal de gasto en chucherías.—anunció el menor levantándose de su sitio.

—Bien, ve con cuidado.—Se despidió con un apretón de manos y poco antes de que el chico saliera del lugar, recordó que debía comunicarle algo.—¡Espera! El miércoles habrá una celebración con barra libre. Si puedes venir, eso sería fantástico.—Asintió sonriendo y salió del bar camino a buscar una movilidad que lo lleve a su hogar sano y salvo.

Las celebraciones de barra libre eran populares en ese bar. Básicamente, alguna que otra persona con dinero y sin amigos, realizaba una fiesta donde todos los clientes estaban invitados y el único requisito era que cuando llegue la hora de soplar la vela, todos cantasen fuerte para que esta persona se sintiera reconfortada.

No cabía duda que el dinero no te aseguraba una vida perfecta, pero cómoda si y eso era lo importante.

Cuando logró tomar un auto le indicó la dirección y emprendieron camino al distrito B3.

Las luces de las calles se iban apagando poco a poco, la afluencia de personas en los vecindarios también hasta no quedar ni un alma porque en las noches estas eran tierra de nadie, las casas debían resguardarse con toda la seguridad que sus bolsillos pudiesen pagar, después de todo, si alguien entraba y se adueñaba de la misma, no habría ley que pudiera protegerte.

De pequeño su padre le hablaba de un planeta verde que este disfrutó en su niñez. Decía que el olor a arena mojada cuando la lluvia llegaba era relajante, que las flores tenían muchos colores hermosos y crecían del suelo fértil tan fácilmente que cualquiera podría tener un jardín o hasta un macetero en casa.

El océano se veía azul marino y en algunas ocasiones las playas se pintaban de azul bondi dando una sensación de limpieza y frescura que invitaba a nadar en ellas, algo que en ese momento era casi imposible.

Que el aire no tenía ese olor nauseabundo y que el cielo no era gris realmente. Las aves volaban felices en cada estación y vivir era un poco menos doloroso.

Este panorama actual se convirtió en el infierno real de muchos incrédulos, de aquellos que llevaron el planeta a la catástrofe, pero también de los que no podían hacer mucho para ayudar. Las industrias lo consumieron todo y aún con el ser humano practicando las tres R, disminuyendo la sobrepoblación y con cuatro virus, llegando uno tras otro a eliminar un porcentaje de los habitantes, no había mucho que hacer.

Que tu cama sea mi hogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora