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El momento esperado llegó y todos armaron una fila para salir de uno en uno por la pasarela.

—Creo que tengo gases.—comentó el peliazul acariciando su abdomen mientras esperaban su turno para salir.

—Está prohibido rotundamente cagarse en pleno desfile.—advirtió Jimin observando con desaprobación a su amigo.

—Con la música en alto volumen, no creo que me lleguen a escuchar.—bromeó Taehyung y el rubio arrugó la nariz con disgusto.

—Olvidas que pueden oler.—golpeó la nariz de su amigo con su dedo índice.

Jimin fue el último en salir, no era incorrecto decir que fue el más esperado de la noche.

Su regreso, después de la pausa que tomó por si extraña enfermedad, dejó a todos cautivados, por lo que la gran mayoría asistió solamente por él.

Por curiosidad, para saber un poco más sobre su estado de salud y aquellos que lo apreciaban como persona.

Trabajar en un burdel no siempre era solo sexo por horas.

En ocasiones, los clientes solo llegaban a ser escuchados y Jimin ponía todo su empeño en hacerlo, después de todo, no usar su cuerpo era un regalo del cielo.

Las luces de colores eran tenues y no fue necesario alarmarse o adecuar sus ojos a la iluminación, los gritos, aplausos y silbidos, como si en vez de un público hubiese perros en celo, no se hizo esperar.

Esto era su trabajo, entregarse en bandeja de plata al que más dinero tenga en el bolsillo. El corazón lo debajo cada noche en su habitación y su rostro debía mostrar una sonrisa digna de una muñeca.

Park Jimin, quien nunca tuvo más sueños que sentir el sol sobre su piel. El pequeño que pensó que sus padres lo odiaban, ese niño que se acostumbró a temprana edad que su cuerpo no era ni nunca sería suyo.

Park Jimin, el adolescente que veía el amor como algo lejano y sin esperanzas, que admiraba la valentía de otros para sentir.

El joven que se preparaba para desprenderse de su alma, el que bailaba y se flexionaba, quien cuidaba de su alimentación, su piel y cabello, porque a esos viejos panzones y adinerados les gustaba de esa manera. Que lloraba cada día recordando que poco a poco se acercaba su subasta.

Se sentía asqueado aún sin haber sido tocado.

Rogaba por no despertar, por mantener el tiempo en un bucle para evitar que el gran día llegue.

Park Jimin, el que perdió toda su inocencia y se dejó caer en lo profundo del precipicio, que olvidó lo que era sonreír con franqueza. El adulto Jimin que no tenía pudor en posar desnudo, que pintaba su cabello y se vestía con trajes preciosos para ganar más dinero.

El que fue manipulado por su maestra, quien ya no recordaba con cuántos hombres había estado y cumplió el récord de camas por noche para subir la reputación de un burdel que solo deseaba un mejor nombre y un mejor estatus.

Jimin, el hombre que encontró a un tipo sucio en un bar y le pareció repulsivo. Aquel que se entregó a ese hombre con convicción y la piel del contrario se volvió su perdición.

Minie, el infante, el niño, el adolescente, el joven y el adulto, todos ellos se enamoraron del hombre que tenían enfrente, todos ellos decidieron enlazar su alma con alguien qué no encajaba entre aquellos viejos de saco y corbata ni mucho menos en las mujeres de vestidos apretados y joyas preciosas.

El mundo a su alrededor quedaba fascinado con su cuerpo y él solo podía ver a una persona.

Alguien que se sentó en una mesa lejos de las luces, pero como si existiera una conexión extraordinaria, al rubio solo le bastó alzar la vista para encontrarlo.

Que tu cama sea mi hogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora