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Existen millones de personas en el mundo sin encontrar consuelo, viviendo historias prestadas o forzadas a vivir.

Nacer se volvió la peor maldición y morir, una nueva oportunidad de volver a empezar en otro mundo, en otro tiempo, en otro cuerpo o en otra dimensión.

A donde vayamos estamos predestinados a destruirlo todo porque el mal no está en el suelo que pisas ni en la oscuridad de la noche, está en ti.

Todos somos un poco malos, un poco destructivos, un poco asesinos.

En un planeta de muchas víctimas sin un salvador, no es tan descabellado pensar que el dolor y la venganza pueden nublar el panorama perdiendo lo que queda de inocencia.

Tantas personas que deberían morir y tantas otras que tendrían que ser eternas.

El destino es una moneda que se lanza por segundo y decide por ti sin tener noción de las consecuencias, tengo por seguro que es así como se decidieron mis primeros años de vida.

Mi madre colocó los únicos dos destinos de mierda que tenía en una balanza y me entregó a un buen precio que seguramente no le duró por mucho tiempo.

Soltó la mano de alguien que salió de su interior y lo condenó a una vida sin un cuerpo propio, sin deseos, sin esperanzas, a una cárcel donde cortaron sus alas y le enseñaron millones de comportamientos adultos cuando este todavía era un niño.

Crecí sabiendo que pronto sería tomado por un hombre que seguramente no amaría o que no me gustaría en lo más mínimo, pero mi cuerpo no sería mío durante cada noche que se abrieran las puertas y las consecuencias de mi desobediencia podrían ser devastadoras.

Me obligué a entender que no todos los niños son felices, que no tenemos padres, que los juguetes son prestados solo para quienes se portan bien, que es necesario pasar horas limpiando para obtener una felicitación de una figura autoritaria que no tiene lazo sanguíneo o sentimental contigo.

Tuve a tantos hombres entre mis piernas, unos más repulsivos que otros, y a todos evité verles la cara mientras les entregaba todo lo que era necesario para cumplir mi trabajo.

Perdí la cuenta de las veces que desee escapar o vomitar en la ducha después de terminar mis labores.

No quiero decir que todo haya sido completamente malo, pero mi apariencia me llevó a cima y puede sonar bien, pero eso significó que muchos hombres estarían sedientos de un poco de mí.

Fui vendido a un precio cada vez más elevado, pero todas esas manos seguían siendo ajenas.

Mamá sabía a dónde me enviaba. Me pregunté miles de cosas desde que supe por el hombre que me compró, que mi padre era un familiar de mi madre y que yo nací del abuso.

Supongo que me volví más empático al conocer su situación, pero no me esperaban buenos momentos estando en ese lugar. Sigo evitando ese tema y aunque, después de cuatro años de casados, mi esposo sabe todo sobre mí, prefiero evitar temas dolorosos o malos recuerdos como aquel bebé que nunca nació y aunque pienso que fue lo mejor, duele sentirme culpable aún por no haber sido más cuidadoso.

Hay días en los que despierto y veo al hombre a lado de mi cama, dormido, sé que es feliz, pero no puedo evitar pensar en lo que habría podido ser si yo jamás me hubiese cruzado en su camino.

Sus manos siguen manchadas, aun si la sangre que derramó no estaba completamente limpia, sigue siendo el hombre que se deshizo de otro sin titubear, sin preguntar, sin pensar en las consecuencias, pero definitivamente si él puede dormir tranquilamente y sin remordimientos, al recordar lo sucedido, me acuesto para volverme hacia él y abrazarlo buscando transmitirle mi gratitud.

Que tu cama sea mi hogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora