12.- Que pase lo que tenga que pasar.

619 25 6
                                    

Me desperté sobre la nueve la luz que se colaba por la ventana me daba en la cara. Noté el peso de una pierna sobre las mías, también la cabeza sobre mi pecho y mi brazo estaba dormido por la postura. Habíamos pasado toda la noche en la misma postura, su mano se agarraba a mi cintura y me tenía prácticamente inmovilizado.

Con cuidado me moví un poco para separarme y poder observar a Samantha, ella se quejó y metió su cara en mi cuello y se volvió a agarrar a mí, yo pasé mi mano por su cintura con una pequeña caricia. Viéndola pegada a mí, me di cuenta que haber aceptado su petición de dormir juntos iba a ser mi perdición.

Me levanté con cuidado de que no se despertara, eché la persiana para que no le molestara la luz y tras coger mi ropa salí del dormitorio con mucho cuidado. Pasé por el baño y tras asearme un poco y lavar mis dientes con un poco de pasta en el dedo. Tras eso fui a la cocina para preparar algo que desayunar, pero la rubia era un desastre y sólo tenía para hacer café y un par de bollos duros.

Cogí las llaves y bajé a buscar donde hacerme con un buen desayuno, no quería desaparecer y dejarla dormida y si la tenía que despertar, mejor con un buen desayuno para aliviar el enfado por despertarla.

Mientras buscaba donde hacerme con el desayuno llamé a mi hermana que ya debería estar levantada, anoche le había escrito diciéndole que no iba a dormir porque Samantha no se encontraba bien y me iba a quedar con ella.

- Buenos días Bea. - le dije en cuanto descolgó.

- ¿Todo bien? ¿Esta Samantha mejor? - me preguntó algo preocupada.

- Si, cuando llegue a casa te lo explico todo. ¿Los niños bien?

- Si están desayunando. Fla no tengas prisa por volver yo me quedo con ellos.

- Gracias Bea.

Colgué y entre en una confitería con muy buena pinta, compré varios croissant y zumo de naranja, también un par de cafés. Luego pasé por la farmacia y compré paracetamol para la resaca que tendría la rubia al despertar.

Subí al piso y preparé el desayuno en la mesa de la cocina, miré mi reloj y marcaba las diez. Me daba pena despertarla, pero quería volver a casa y ver a los pequeños. Fui al dormitorio y me senté a su lado, acaricié su espalda y su mejilla, aparté los pelos que le cubrían la cara y vi cómo se quejaba y se movía.

- ¿Qué hora es? - preguntó con los ojos cerrados.

- Son las diez.

- Es temprano. ¿Por qué me has despertado? y ¿Por qué estas ya levantado? - inquirió abriendo sus hermosos ojos y mirándome con un mohín de disgusto.

- Tengo que volver a casa. - respondí acariciando su mejilla, ella agarró mi mano.

- Gracias por anoche, por cuidarme tan bien. Sé que no me he portado bien contigo estos días. Lo siento. - me soltó de corrido para apoyar su cara en la mano que me tenía agarrada.

Nos quedamos mirándonos en un silencio cómodo hasta que ella se incorporó y se acercó más a mí.

- Flavio sé que no quieres nada conmigo y me dolió el rechazo, pero quiero que sepas que si en su momento me lancé no fue por despecho a Carlos ni por echar un polvo cualquiera, yo no soy así. Lo hice porque me gustas y me gusta estar contigo. - tras decirme todo bajo la vista y el silencio nos envolvió.

No sé cuánto estuvimos en silencio hasta que suavemente la tomé por la barbilla para poder ver sus ojos azules.

- Samantha. - la llamé con cariño y ella fijo su mirada en la mía.

- A mí me gustas desde que entre por primera vez en tu despacho. - y tras esa confesión besé sus labios con temor a ser rechazado.

Samantha al principio no reacciono al beso, pero cuando lo hizo pasó su mano por mi nuca para acercarme a ella y su lengua pidió paso para encontrarse con la mía. Mi mano libre se metió bajo la camiseta del pijama acariciando con devoción su espalda. Nos separamos por falta de aire y no quedamos mirándonos con una sonrisa dibujada en la cara, fue ella la que acortó la distancia para volver a unir nuestros labios.

Sobran las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora