1.- Grandes cambios.

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Miro otra vez la hora en mi móvil, marca 6:45 quedan quince minutos para que el despertador suene y empiece mi jornada laboral. Suelo dormir poco, pero hoy había dormido menos que de costumbre, el motivo puede ser que hoy es un día importante en el trabajo. Hoy sería ascendida a socio de la firma y me encargaría de dirigir el despacho de Madrid. Mi padre y su socio así lo habían decidido.

También los nervios podrían ser porque hoy es mi cumpleaños y ya son 29 febreros. Aunque la verdad es que esto no me pone nerviosa, son varios los cumpleaños pasados trabajando o estudiando sin necesidad de que la gente se fije en mí. Además, viendo el calado del regalo de mi padre, socia del bufete, tampoco es que sea un regalo muy personal.

Lo que si me pone nerviosa es que, para ocupar ese cargo, mi hermana lo deja libre. Ella es siete años mayor que yo y desde que murió nuestra madre ha sido la que más me ha cuidado, mi padre también, aunque él siempre ha estado volcado en la firma, primero en el bufete de Valencia, después cuando ampliaron en Barcelona y por último el de Madrid. Este bufete, pasados los años de consolidación lo pusieron en manos de mi hermana que lo dirigió con mano firme y una gran rentabilidad. Ahora Débora, embarazada al fin, decidió que quería volver a Valencia y tener allí a su niña y desconectar un poco después de más de diez años volcada en la firma. Seguiría trabajando, pero sin tanta presión.

El despertador del móvil suena y lo apago inmediatamente, me estiro en mi enorme cama y me levanto con energía, me dirijo al vestidor para coger la ropa preparada la noche anterior y me voy al baño.

El piso fue un regalo de mi padre cuando terminé mi doble grado de derecho y relaciones internacionales. Es un ático situado en una zona céntrica de Madrid y con unas grandes vistas, cuenta con tres habitaciones y dos baños, uno en mi dormitorio, una gran terraza y una cocina muy bien equipada pero que uso poco. Lo mejor es la terraza enorme, con un pequeño jacuzzi que me hice instalar. Sé que es un gran regalo por parte de mi padre, aunque también es una forma de controlar donde vivo y el entorno que me rodea.

Suena el timbre y sé quién es. A esto me refiero con controlar mi entorno, la que llama es Ana Julieta o Anajú, como le gusta que la llamen. Es mi mejor amiga, nos conocimos en la carrera, ella a diferencia mía, para estudiar en esa universidad privada tuvo que hacerlo gracias a becas. Mi padre en cuanto la conoció le gustó como buena influencia para mí y la convirtió en mi compañera de piso, algo que me encantó pues Anajú tiene esa doble cara que la hace muy juerguista y muy responsable. Gracias a ella vivimos muchas fiestas y travesuras juntas.

- Buenos días, perdona que no haya abierto con mi llave, pero mira como vengo. - dijo la morena en cuanto le abrí la puerta, mostrándome unos cafés y unos bollos para el desayuno.

Fue directa a la cocina y tras dejar lo que traía vino hasta mí y me dio un fuerte abrazo.

- Feliz cumpleaños. No te creas que se me ha olvidado. - dijo dejándome un par de sonoros besos.

- Gracias cariño, aunque ya sabes que no soy mucho de celebraciones. - le respondí con una tímida sonrisa.

Nunca me ha gustado ser el centro de atención y me pone nerviosa los halagos, aunque sean de alguien de mi entorno.

- Y Carlos, ¿no ha pasado la noche contigo? – preguntó mi amiga.

Carlos es el hijo del socio de mi padre, un par de años mayor que yo, nos conocemos desde siempre y cuando me vine a estudiar a Madrid y me independicé con Anajú, mi padre nos hizo aceptarlo como compañero de piso. Al principio fuimos muy buenos amigos y compartíamos juergas y fiestas, después con el tiempo y el roce llegamos a algo más hasta convertirnos en novios, algo que alegró a nuestras familias pues era cerrar el círculo.

Sobran las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora