32.- No hay mal que por bien no venga.

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Mi hermana entró en mi despacho con una sonrisa en la cara, yo me quedé sentada en mi sillón mirándola sin hacer ningún gesto.

- Hola Sami, que guapa estás. - dijo al quedar frente a mí.

- ¿Qué quieres Débora? - le pregunté con tono seco.

- Quiero ver a mi hermana que se fue hace más de cuatro años y de la que no he sabido nada, que me dejo embarazada y punto de dar a luz...

- Perdona, pero la que me dejo tirada cuando nuestro padre me hizo la vida imposible fuiste tú. Yo que pensaba que me apoyarías y te pusiste de su lado. - le corte lo que estaba diciendo totalmente indignada.

- Sami no he venido a discutir.

- No me llames así, no tienes derecho. ¿A qué has venido entonces? - le volví a preguntar ya enfadada.

- He venido porque vi las fotos tuyas con Roberto y papá también. Te echamos de menos, papá no está bien de salud y le gustaría verte. - yo reí al escucharla.

- Ahora quiere verme. Te recuerdo que me trató como a una niñata no como a una adulta de veintinueve años. Me chantajeo con perjudicar a todos los que me apreciaban, me dejó sin casa, sin trabajo y sin dinero. Sabes que me iba a ir a Santander a trabajar para Aguirre y él consiguió que se jodiera. - le reproché y vi como su cara se iba tensando.

- Sam no he venido a discutir, sólo quería verte y arreglar las cosas. - me dijo intentando suavizar la tensión existente.

- Débora no hay nada que arreglar, tu padre me jodió la vida consiguió que perdiera a la persona que más me ha querido y más me ha cuidado, hizo que abandonara mi vida en Madrid para irme a una ciudad que no conocía, sola y sin recursos. Así que si no te importa tengo mucho trabajo. - le contesté levantándome y abriéndole la puerta para que se marchara.

- Y no vuelvas si no tienes cita previa, esto no es el bufete de papá, es mi trabajo. - le espeté mientras ella salía con la cara demudada de dolor.

Cuando cerré la puerta tras ella me senté en mi mesa y tapé mi cara con mis manos, los nervios me atenazaban y las lágrimas de rabia pugnaban por salir. Tocaron a la puerta y Juan apareció tras ella con gesto preocupado.

- ¿Estas bien? ¿Necesitas algo? - yo negué con la cabeza.

- Gracias Juan. Me voy a casa ya no puedo más por hoy. Si te preguntan que he ido a una reunión. - le pedí y el asintió sin decir nada más.

Recogí mis cosas despacio intentando calmarme antes de llegar a casa. Salí de las oficinas y cogí un taxi pues no me sentía con ánimos para compartir transporte público. Estaba deseando llegar y ver a mi pequeño.

Cuando entré en mi piso escuché a mi pequeño dando pequeños gritos de alegría, pasé al salón y vi a Flavio y a Pol delante de un puzle de niños y por lo visto mi pequeño había puesto la última pieza. Con un pequeño carraspeo llamé la atención de ambos y mi pequeño vino corriendo hasta mí.

- Mami que pronto has llegado hoy. - exclamó tirándose a mis brazos y dándome besos por toda la cara.

Cuando nos separamos tiró de mi para que viera el puzle acabado orgulloso de su gesta, yo me senté en el sofá y noté la mirada de Flavio fija en mí, lo miré con una sonrisa triste.

- ¿Todo bien? - me preguntó y pude ver preocupación en su cara.

- Más o menos. - respondí encogiéndome de hombros y mirando a Pol que estaba atento a lo que hablábamos.

- ¿Y Mati no está? - pregunté cambiando de tema.

- Ha ido a comprar algunas cosas que os hacían falta, tenéis la despensa fatal. - me respondió Flavio con una pequeña sonrisa en la cara y era la primera que veía en mucho tiempo.

Sobran las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora