Capítulo 31. Heather

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Hay una sociedad secreta.

Los chicos pertenecen a ella.

Llamo a la puerta. Cuando no hay respuesta, golpeo de nuevo y grito:

—¿Adler? Es Heather.

Sé que está aquí porque las luces se filtran a través de la ventana que está bajada. La puerta de la autocaravana se abre de golpe y Adler se queda allí, sin camisa, con la nariz ensanchándose.

—¿Qué haces aquí?

Me encojo de hombros.

—No podía dormir.

Estuve durante todo el día dando tumbos como una peonza y tras pasar la tarde con Amber y su insistencia en que me viese todas las películas de Crepúsculo, llegué a mi tope. Ahora temo que se me aparezca un vampiro y me muerda o, yo qué sé, que uno de los secretos que ellos guardan sea que son hombres lobo y que se convierten en lobo en las noches de luna llena.

Suspiro.

—¿Me dejas pasar?

Se echa a un lado.

A la izquierda hay una pequeña cocina con hornillo, a la derecha una mesa con dos sillones tipo butaca de color marrón, las paredes que dirigen al dormitorio son armarios y al final se extiende una cama. A diferencia del exterior prácticamente destrozado, el interior está inmaculado y es bastante bonito para ser tan pequeño.

Ajustando el abrigo sobre mi cuerpo, decido sentarme en uno de los sillones, apoyando mis brazos en la diminuta mesa.

—No deberías estar aquí.

Asiento.

—Todavía no son las doce, no he roto ninguna regla.

Agarro el paquete de galletas que Adler estaría comiendo y me llevo una a la boca.

—Tener prohibido venir aquí es otra regla.

—¿Me castigarás por ello? —Maniobrando con cuidado, me quito el abrigo y lo dejo sobre la mesa, pero eso parece no gustarle a Adler, ya que lo coge y cuelga en el colgador que hay tras la puerta—. Sé lo de vuestra sociedad secreta —confieso, con la esperanza de que suene natural. Adler se cubre su torso antes de colocarse la camiseta de pijama—. ¿Por qué no respondes? A ver, sé que odias las preguntas y no contestas a ninguna, pero podrías al menos hablarme o tirarme a la calle por estar comiendo tu cena o haber descubierto tu vil secreto.

—¿Por qué me buscas cada noche? —la ira en su voz me hace erizar los pelos.

—Tenías razón cuando dijiste que buscaba a alguien que fuese mi tabla de salvación. Lo admito. —Me levanto de la butaca y toco su brazo, siendo su reacción inmediata—. Y no entiendo qué ves de malo en ello... Todos necesitamos apoyo, ¿verdad?

Sus ojos se elevan al techo antes de aterrizar en mí.

—¿Por qué yo?

Niego con la cabeza.

—¿Debería saberlo? —Arrugo mi nariz—. No lo sé... Quizás es porque... —reflexiono. La idea del amor antes era una gilipollez; sin embargo, ahora...— Puede que me gustes.

No sé lo que dice eso de mí.

—No. No.

Sacudo la cabeza hacia él, fingiendo que mi estómago no está haciéndose un nudo.

—Pero quieres saber la verdad.

—Pillé a mi madre siéndole infiel a padre —confiesa de repente.

Dulce Caída [TERMINADO] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora