Capítulo 38. Heather

2 0 0
                                    

Estar aquí no solo se trata de mis padres, se trata de mí.

Al llegar a la mansión, mis pies me llevan directamente a mi habitación, al fondo de mi armario. Mirando el interior de mi bolsa de ropa, me siento en el suelo y la abro. Desde que me habían dejado en el internado, no había vuelto a mirar la fotografía que cogí de un marco en la casa de mis padres en Texas; Taylor, Wendy y yo con mis padres en el Gran Cañón. Ellos estaban esperando la llegada de Lilith.

No puedo sentir nada al ver la imagen.

¿Por qué si no soy capaz de sentir algo, por mínimo que sea, hacia mis padres, quiero vengar sus muertes? ¿Hay algo mal en mí?

De mi padre había aprendido todo sobre el arte de la mentira, y de mi madre había aprendido el arte más fino de cómo la gente se oculta tras el velo de la perfección. La autenticidad siempre fue un concepto que ocupaba un lugar secundario en la lista de rasgos deseables en mi familia. Sé que mi mundo en su mayoría ha sido gris, sin embargo, y si por más cruel que parezca, ¿su partida es lo que me hace sentir de color? No me malinterpretes. Puede que dentro de mí sea un cierre de mi pasado que terminará con la revelación real de su asesinato y, por ello, necesito descubrirlo. Quizás mi vida no está saturada de colores brillantes, no obstante, ya no es gris.

—¿Qué haces aquí?

Me encojo de hombros, fingiendo desinterés.

—Necesitaba recordar sus rostros... Recordar lo que siento por ellos.

Dejo la foto a un lado y Adler se sienta frente a mí, doblando sus piernas, considerándome.

—¿Cómo te hiciste la cicatriz? —pregunta al ver cómo me la estoy tocando.

Suspiro.

—Cuando la gente lo ve, cree que intenté matarme, pero la verdad es que me la hice cuando tenía apenas tres años —explico—. Mamá nos llevó a mis hermanas y a mí a una feria de calabazas. —Trato de pensar en los agujeros de la historia—. No recuerdo en qué momento ocurrió exactamente, pero le pidió a Taylor que cuidase de mí.

Sus hombros se hunden notablemente.

—¿Quién es Taylor?

—Mi hermana mayor. Ella tenía seis años... Le dejó unos tiquets para que subiera a un par de atracciones y yo me quedé sola con mi otra hermana, que solo era un bebé. Sonó un disparo y la gente empezó a correr, con la mala suerte de que tanto a mí como a Wendy nos arrojaron al suelo —Poniendo mis rodillas en mi pecho, trato de no recordar lo asustada que había estado. Pero es imposible. Ese miedo estaba tan arraigado como mi odio por ordeñar vacas—. y uno de los que iban en estampida, me clavó un objeto afilado. Un cuchillo, creo.

Mi estómago se revuelve y se agita, la bilis ardiendo en la parte posterior de mi garganta por los recuerdos.

—¿Tu madre?

—Apareció dos horas después y solo se encontró con el carro de mi hermana menor y a Taylor sujetándola. No vinieron a por mí. Mis padres me dejaron en el hospital por días... —Parpadeo para contener las lágrimas—. Fue una señora de la iglesia que me reconoció y dio el aviso. Fingieron que nunca ocurrió nada de eso.

No me di cuenta por qué mi madre nos había dejado. ¿Cómo podría haberlo hecho? Era demasiado joven para procesar que mi madre me había abandonado durante horas para ir a tener relaciones sexuales con un extraño. Me costó entender que, sobre mí, estaban sus propios intereses. Silenció a Taylor, haciéndola sentir culpable por lo que ocurrió y, padre y ella, me dieron por muerta. Hicieron un par de oraciones y ahí terminó todo.

Recuerdo salir corriendo de esa iglesia donde me devolvieron a mis padres, llorar lágrimas silenciosas junto con una vergüenza y el arrepentimiento que no me correspondían e, incluso entonces, cuando mi vida estaba llena de nada más que mentiras. Había una cosa en todo el mundo que sabía que era cierta: mi silencio me mataría lentamente en un futuro que no sería demasiado prolongado. Estaba en lo cierto. Cuando ocurrió lo de Fitz, apreté los ojos, ocultando las acaloradas lágrimas que se volvían a formar, y me repetí una, otra y otra vez: no me romperé. No me romperé. Solo era una niña y no era la primera vez que ocurría, que veía como mi madre intercedía con otros adultos, mis profesores, padres de mis compañeros de clase... También sabía que no sería la última. Empecé a autolesionarme, y sabía que no me mataría, pero a veces... A veces me gustaría haber podido hacerlo.

Dulce Caída [TERMINADO] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora