Capítulo 50. Trevor

2 0 0
                                    

Un fuerte suspiro sale de mis labios y me muerdo el de abajo, alternando caladas de mi cigarrillo. Me quema la garganta, pero es lo único que mantiene a raya mis pensamientos.

—¿Honestamente crees que querría sentarme a intercambiar historias sobre a quién jodo?

—Bájate de tu caballo alto, Trevor... ¿Te importa si le doy una calada?

Me encuentro con la mirada de Leah cuando ella hace una mueca, pero rápidamente se pone de pie.

Le paso el porro y luego surco la palma de mi mano por la parte superior de la cabeza.

—¿Qué nos pasó, Leah?

El cabello oscuro como un cuervo me cae por la espalda en sedosas ondas

—Creo que nací arruinada. Todos los de la colina lo estamos.

—Nah, no naciste arruinada.

—He visto a mi madre follar con otros hombres en casa mientras mi padre se moría por otra a menos de tres metros de ella. He perdido días de clase porque la gran Eleonor estaba demasiado ocupada de fiesta como para llevarme a vuestra puta mansión que está a escasos metros. Y perdí a mi prima por culpa de esta horrible vida y de todas las terribles ataduras que conlleva vivir en esta puta colina de la infernosa mierda —dice, finalmente respirando— No actúes como si te importara un carajo, Trevor. Puede que tengas un cálido acento y unos ojos del color de ensueño, pero eres igual que el resto; peligroso, imprevisible y mortalmente asqueroso.

—No quiero que se repita lo que pasó la última vez —le digo, cruzando los brazos sobre mi pecho, y no puedo decir si estoy hablando del miedo... o el sexo. Me observa, como si siguiera en el ring, midiendo a su oponente—. Leah, quiero cambiar. Si pudiera elegir, tampoco viviría en esta casa, ni usaría su electricidad, su agua, su internet. Todo está teñido de sangre, cada metro cuadrado, cada hectárea.

Esta gran casa con todas sus putas cosas... Lo odio todo. Daría cualquier cosa por volver a esa época en la que mamá vivía, en la que sentía mis brazos, mis piernas, mis ojos, mi corazón como míos. Porque me los arrancaron y aplastaron cuando ella murió.

Levanté la mirada desde donde me encontraba acostado en el piso hacia los ojos rojos del hombre que conocí toda la vida, o al menos pensé conocerlo. Gruesas venas se abultaron en su cuello, podía verlas pulsando con cada fuerte respiración que tomaba.

—¿Papá? —pregunta Adler.

Ha tratado de todo para poder quitar su dolor, y a cambio lo maldice para asegurarse de que sienta su odio en cada momento.

—¡Vete a la mierda! —gruñe llevándose la botella de cerveza a los labios.

—Papá, déjame ayudarte —ruega.

Veo como Adler se acerca a él, mientras que Wyde y yo somos sacados de la mansión por los escoltas de la tía Tracy, una prima lejana de papá.

—¡Adler! —grito. Necesito a mi hermano, no quiero que me lleven. Él tiene que hacer algo—. ¡Adler! ¡MAMÁ!

—¡Vete de esta casa, y nunca regreses de una puta vez! —oigo gritar a padre, en dirección a Wyde y a mí—. ¡Sois unos hijos de puta!

—No se lo merece —susurro.

Adler no merece que me meta en medio de lo único que tiene... Mi hermano no se merece esta mierda. Se merece mucho más de lo que jamás la vida pueda darle.

Pienso en mamá y espero ser el corazón que a ella le hubiese gustado que yo fuera y que siempre creyó que tenía. Me imagino que si ella estuviera viva, exigiría que no lucháramos el uno con el otro. Probablemente, hubiera hecho una mueca, nos haría la cena insistiendo en que tomáramos una segunda ración de su especialidad de Beef Stroganoff y nos reiríamos en alto por haber actuado de forma estúpida y por habernos enamorado de la misma chica. Ella nos preguntaría si es amor o solo un capricho pasajero enmascarado en lo que se considera como amor verdadero. Seguramente, Adler se negaría a hablar de sus sentimientos, y yo la abrazaría a ella respondiéndole que el amor de mi vida es mi mamá.

—¿No se merece qué? —inquiere Leah—. Estás enamorado de ella, vi como la mirabas. Deseas a Heather.

El rostro de Leah se enrojece un poco.

Mi vida tiene una posibilidad y, ¿qué es lo creo realmente? ¿Qué es lo que quiero yo, y no Wyde que haga?

—Ese no es el puto punto. No seas ridícula.

Dios, ojalá viviera en una novela de fantasía... A veces pienso que mi vida tendría más sentido si así fuera.

—¿Ridícula? —Lleva la mano a su pecho—. Me habéis estado follando tanto como os picaba un huevo... ¿Quién crees que soy? ¿Una muñeca de plástico? No, tío, no, tengo putos sentimientos y estoy cansada de vuestros juegos de mierda.

Con mis dedos aprieto mis ojos.

—Leah, cuando te pedí salir era para esa relación fuese de dos, no de tres más mi jodido gemelo —espeto—. Te lo estuviste tirando tanto como quisiste, mientras que en mi oído me decías que me amabas. ¿Te piensas que yo soy de mármol?

—Oh, no, no vayas por ahí.

—¡Ese es el problema! —exclamo—. Que nunca podremos estar juntos... No cuajamos de ningún modo. Somos peor que el aceite y el agua en un puto desierto. Somos tan iguales que a veces parece que me estoy viendo en el espejo.

Mi respiración es un jadeo rápido y me pican los ojos.

—Tu papá te deja salirte con la tuya con demasiada mierda. Tal vez sugiera una correa la próxima vez que lo vea.

—Adelante, entonces. No hagas esto más difícil de lo necesario.

—Me mentiste.

Cierra la distancia entre nosotros. Le quito el cigarro y lo apago en el cenicero que tengo sobre mi escritorio.

—¿Cómo diablos te mentí, Leah? Dime, cómo cojones lo hice.

—Dijiste que estabas enamorado de Amber.

—No, no dije mierda, porque jamás estuve enamorado de ella.

Sus párpados están hinchados.

—La ilusionaste, la usaste y la dejaste tirada.

El veneno de su voz es más potente que cualquier serpiente cascabel. Me alcanza y su mano sujeta la tela de mi camiseta, empujándome hacia atrás.

—Leah, para esto... Sabes que no fui por ella —susurro, esperando que mi mensaje pueda llegar a ella de alguna manera—. Cuando mi padre me pegó por haberme follado a Heather, fui a ti y cogimos. Me dijiste que no podía quedarme contigo y me lanzaste prácticamente a los jodidos brazos de Amber.

Da un paso atrás y mis pies se clavan en el suelo.

—Ella estaba enamorada de ti.

Niego con la cabeza.

—Deja de mentirte a ti misma, porque yo he dejado de hacerlo conmigo.

Mueve los pies y se pellizca el puente de su nariz antes de hablar.

—No me acuerdo —es todo lo que puede articular.

Me acerco a ella y me permito el derecho de meter mi mano en el bolsillo de su pantalón trasero, sacando la hierba que tiene en él.

—¿Cómo ibas a hacerlo? Nos jodido drogamos, infiernos... Pero tú no has parado de hacerlo en ningún momento, ni reconoces tu problema. No es eventual, Leah, y te está matando lentamente.

Mi estómago se enferma, mis brazos se sienten pesados cuando ella se tira hacia adelante para abrazarme. Su mirada hace un agujero a través de mí. Me di de cuenta que era adicto cuando fui encerrado por dieciséis meses en ese puto reformatorio. Puede que no cometiese la atrocidad de mandar al hermano de Zendaya al puto hospital, pero sí soy responsable de mi adicción y no haberlo parado a tiempo. Zendaya, Leah, yo. Todos nos metimos en el mismo hoyo de mierda, y quizás no fui culpable directo de que ella se marchase, pero sí soy un mal amigo por no haber visto el problema antes. Siempre me sentiré culpable de su jodida muerte, si es que lo está.

Soy un ex drogadicto que cayó esa noche y, joder, como duele admitirlo. No quiero ese futuro para mí.

Leah necesita otra ayuda distinta a la mía. O lo hace, o se morirá.

Me quedo en silencio, no quiero crear más problemas.

Dulce Caída [TERMINADO] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora