***CAPITULO DOS***

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Me arrepiento de mis palabras en el momento en que salen de mi boca

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Me arrepiento de mis palabras en el momento en que salen de mi boca. Necesito ayuda, necesito consuelo, necesito un abrazo... ¿Pero de un completo extraño?

La respuesta es no. No puede ser diferente, si mi propio esposo no tuvo el pequeño detalle de hacerlo, de este hombre, tan..., tan..., no tengo palabras para describirlo, no puedo esperar nada diferente a que no sea que piense que estoy demente.

Parpadeo, y murmuro en un intento de arreglarlo:

—Necesito... necesito un baño.

No lo miro a la cara, no puedo, lo que me permite apreciar como me ofrece su palma, extendiéndola frente a mí, la dirige a mis dedos, los toma, con firmeza, como si me abrazase el alma. Avanza, pasa de mí sin soltarme, lo que me hace seguirlo.

Pasamos entre las personas, voy detrás con la vista fija en nuestras manos unidas. Subimos unas escaleras al segundo piso, es el área VIP, tiene seguridad, que le saludan y nos dan entrada sin preguntar. Siento miradas sobre mí, me cuesta mantenerme recta, no quiero parecer que me lleva a obligada a dónde sea que vayamos. Cruza la barra, nadie nos detiene, nadie dice nada, solo nos miran. Abre una puerta y quedamos solos en un estrecho pasillo de luz tenue, el trayecto es corto, abre una puerta más, la luz está encendida, es una oficina, al llevarme adentro vuelve a cerrar la puerta.

No hay ruidos. No hay olores fuertes. No hay luz intensa. Solo estamos los dos. En pocos segundos, tras dar una respiración profunda me siento muchísimo mejor, con ganas de llorar, un poco desconcertada, pero mejor que cuando entré al local.

¿Por qué me ha traído aquí?

Al mirarlo me señala una puerta más.

—Puedes usar mi baño.

Asiento. Le he dicho que necesitaba un baño. Al estar a solas en el espacio reducido, no me molesto en encender la luz, me quedo pegada a la puerta. Tomo aire, una y otra vez. Se me escapan un par de lágrimas, la humedad reaviva el ardor de mi piel magullada. Me quedo así, tranquila, concentrada en mi respiración.

He aprendido, en estos meses infernales, que tomar aire con los ojos cerrados me devuelve la calma en cuestión de segundos. La presión en mi caja torácica desciende, de la misma forma que el pitido en mis oídos.

Me permito encender la luz, y una vez me he acostumbrado a ella, admiro a mi alrededor, es un baño común, cerámica blanca, piezas crema, y un espejo sobre el lavamanos. Mi reflejo en él da vergüenza. Tengo toda la cara hinchada, roja, y el relieve de una mano que aún no se difumina por completo.

Necesito divorciarme, necesito ponerle fin a esta historia, y, sobre todo, no puedo permitirme pasar por esto otra vez.

El recuerdo se repite en mi cabeza, lento, violento, y doloroso.

Antes de volver a llorar decido sacar el teléfono de mi cartera y releer un mensaje que tengo destacado de mi abogada, siempre me hace sentir bien, me hace ver un poco de luz.

Enigma (Serie: LIBRO IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora