***CAPITULO TREINTA Y UNO***

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Despertar con los ladridos de los chicos es algo a lo que me he podido acostumbrar en los últimos días que he estado quedándome a diario con ellos, especialmente los de Tyr, pero, en el momento en que doy un pequeño giro para desperezarme, abrir l...

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Despertar con los ladridos de los chicos es algo a lo que me he podido acostumbrar en los últimos días que he estado quedándome a diario con ellos, especialmente los de Tyr, pero, en el momento en que doy un pequeño giro para desperezarme, abrir los ojos, soy consciente de lo mucho que mi cuerpo se rehúsa a ello, como si no fuese el momento de levantarme, lo intento, lo hago, pero mis muslos pesan toneladas, ni hablar de mis parpados.

—Joder, Tyr, son las tres de la mañana —Enigma se queja ronco, bajito, pero ya estoy despierta —Shhh, vuelve a la cama.

Tyr parece entender todo lo contrario, lanza otro coro de ladridos más fuerte que nunca. Normalmente él acata, es muy buen chico, la desordenada es Hera, lo cual es raro que no sea ella la que esté ladrando exigiendo cualquier cosa.

«¡Hera!» grita mi mente activándose al instante.

Abro los ojos de golpe consiguiéndome a Tyr en posición de defensa, listo para saltarnos encima si fuese necesario. Nota que lo miro al incorporarme, ladra de nuevo moviéndose hasta la puerta. Ladra más, y sé que quiere que lo sigamos.

—¡Gioele, levántate! —le doy golpecitos a su pecho colocándome de pie ya con la bata de seda en mano para cubrir mi desnudez —Algo pasa, Tyr está avisándonos ¡Vamos levántate!

Al vernos en movimiento, el chico ladra un poco más corriendo escaleras abajo, nos espera hasta el final, luego avanza hasta la habitación que hemos destinado para ellos, el parto y el cuido de los cachorros. A medida que recortamos la distancia, ya corriendo, el latido de mi corazón se dispara, temerosa de lo que podamos encontrar una vez que crucemos la entrada. Me he encariñado tanto con Hera, con la idea de tener unos pequeños bebitos de cuatro patas andando por la casa, la idea de que algo salga mal, que ella no se encuentre bien me vuelve loca por un segundo.

Enigma entra primero encendiendo la luz. Jadeo hasta expulsar todo mi aliento. Mi chica está allí, acurrucada en una esquina, rasgando con fuerza el almohadón de su cama al punto de dejarle varios huecos, está chillando muy suave, y más evidente aún, hay un charco de agua a su alrededor. Tyr se acerca sin tocarla, apoyándola como puede, reaccionando mucho mejor que nosotros.

—Creo que está en trabajo de parto —gime Enigma, pálido, nervioso como yo.

—Llamaré al veterinario —murmuro —¿Puedes revisar que todo esté bien? ¿Recuerdas lo que nos dijo que sería normal? —Asiente moviéndose para alcanzarla.

Antes de ir por mi teléfono me aseguro de que los tres estén bien, bueno, al menos siguiendo lo que él veterinario nos indicó. Tyr está moviéndose según su instinto, se mantiene cerca sin molestarla, y Enigma no la toca, solo observa, para no perturbar su estado, podría ser perjudicial para ella o los cachorros.

Corro a la habitación y me apresuro a bajar haciendo la llamada. Las casualidades juegan a nuestro favor, el veterinario está de guardia en la clínica por lo que atiende mi llamada casi enseguida, estoy de vuelta con el teléfono en altavoz cuando nos comienza a dar nuevas indicaciones, y también nos interroga por el estado de Hera.

Enigma (Serie: LIBRO IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora