***CAPITULO OCHO***

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Vuelvo a ser una mujer llena de felicidad cuando el yate se detiene, principalmente por los movimientos, pero también se debe al majestuoso paraíso que se muestra imponente frente a nosotros, toda la belleza de la naturaleza en su máximo su esplendor

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Vuelvo a ser una mujer llena de felicidad cuando el yate se detiene, principalmente por los movimientos, pero también se debe al majestuoso paraíso que se muestra imponente frente a nosotros, toda la belleza de la naturaleza en su máximo su esplendor.

Hemos llegado a una isla pequeña, no hay un muelle, al menos no uno construido por el hombre, en cambio, hay un camino de rocas y arena que te lleva a una gran cueva, adornada con flores de un brillante color púrpura. Me asombra el increíble magnetismo del lugar, y el hecho de que esté completamente solo agranda mi sorpresa, una maravilla así debería estar siendo contemplada por millones de ojos.

El agua cristalina me permite ver el fondo, la arena fina, blanca, e incluso un sinfín de peces de diferentes tamaños nadando en el mar. He viajado, he visitado lugares realmente hermosos, pero creo que la naturaleza siempre consigue la forma de sorprenderte con tan exquisitas joyas escondidas en cientos de rincones por todo el mundo.

—Esto es increíblemente encantador —le digo a Enigma, con la sonrisa más grande que mis labios me permiten.

—Espera a que lo admires de cerca.

No tiene que decírmelo dos veces, estoy lista para bajarme de esta tortura y poner mis pies descalzos en la arena. Me deshago de las sandalias tan pronto como puedo, me alegra haber sido precavida colocándome una buena capa de protector antes de vestirme, no debemos esperar, podemos descender ya mismo y con un poco de ayuda de los chicos lo hacemos.

Al comenzar a avanzar los granitos de arena son tan finos, tan moldeables que se cuelan entre mis dedos, se siente increíble acompañado de la brisa fresca, el olor a sal y vida me llenan las fosas nasales obligándome a tomar una gran bocanada aire que al expulsarla me siento más ligera.

El camino se acaba dejándonos frente a la cueva, de cerca es más grande, y también, mucho más enigmática, las flores púrpuras están por todas partes dándole un hermoso toque a la entrada, repaso todo boquiabierta, dándome cuenta de un grandioso detalle.

—¡Esto parece un castillo! —chilla la niña de mi interior, emocionada.

—Lo es —susurra despacio —Y dicen que las buganvilias, las flores, son sus cuidadoras, si se abren para ti es porque eres bienvenida.

El encanto no me cabe en el pecho y Enigma solo se encarga de hacerlo crecer. Todas las flores están abiertas, toma una, la más hermosa de todas, para depositarla en mi oreja, acomodándola entre un pequeño mechón de cabello para que no se me caiga.

Se le está haciendo costumbre el acariciarme el cabello como excusa para posar su mano sobre mi mejilla y frotar suavemente su pulgar en ella. No me quejo, puedo hacerme adicta a su tacto, a tener a sus manos sobre mí, además le acompaña su mirada sobre mis labios, y a ese conjunto ya me le estoy volviendo débil, cedo, envuelvo mis brazos alrededor de sus caderas pegándolo un poco a mí.

Mis pies, envueltos en este juego de deseo y tengo, se alzan de puntillas para poder alcanzar su boca, al punto de dejar la mía al ras, esta vez no tengo que decir nada, yo misma voy a lo que quiero presionando mis labios contra los suyos, dándole un pausado beso, que, cómo el anterior, se aparta de la ternura para convertirse en un sincronizado, apasionado, abrir y cerrar de bocas, bailando el uno sobre el otro.

Enigma (Serie: LIBRO IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora