Guarida de lobos

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Arth Nefol era una fortaleza militar de gran tamaño y poderío, situada en la cima de una colina rocosa a seis kilómetros al noreste de Syrindel

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Arth Nefol era una fortaleza militar de gran tamaño y poderío, situada en la cima de una colina rocosa a seis kilómetros al noreste de Syrindel. Los constructores no solo aprovecharon la defensa natural proporcionada por los peñones grisáceos, sino que lograron camuflar el frente sur gracias a ellos y al follaje que dominaba el ambiente. Eso y la inexistencia de caminos, era lo que la hacía casi invisible a los ojos de cualquiera que avanzara desde la capital.

El viento cambió de dirección al aparecer el primer revellín que custodiaba la fachada natural. Sonreí y palmeé el negro lomo de Heiye al escucharla relinchar ansiosa de apresurar el paso empinado. La entendía a la perfección, así que sacudí las riendas.

―Vamos, preciosa

Respondió con brío y nos adelantamos a la escolta en un ligero trote. Tres meses alejados de aquello que ambos considerábamos nuestro segundo hogar, había sido demasiado tiempo.

―Por lo que veo, el calor no lo afecta ni un poco, alteza ―escuché a mi espalda, seguido de una risa. Trevor me dio alcance y elevó la comisura de su boca―. Vas regresando de un reino mucho más fresco y andas como si nada.

―No estuve tanto tiempo fuera como para habituarme a su clima.

―Yo no salí de Myridia y me estoy derritiendo, hermano... Piedad con este pobre servidor tuyo y con tu escolta que deseamos ir por la sombra. ¿Sabías que el sol es malo para la piel?

―No lo recordaba tan quejica, teniente coronel.

―Siempre lo he sido, solo que mi señor me ignora ―suspiró con teatralidad.

Negué con la cabeza y cabeceé al frente.

―Su sufrimiento está por acabar, ya hemos llegado al hornabeque.

La segunda estructura reforzada apareció y al rodear, la entrada al fuerte fue revelada. La eufonía de las trompetas que anunció nuestra llegada se mezcló con el eco provocado por los cascos de los caballos, dentro del túnel que atravesaba la gruesa muralla. Por un corto momento quedé cegado por el sol que resplandecía al frente, hasta que las sombras tomaron la forma de la gran edificación de piedra grisácea que albergaba a las tropas apostadas allí.

Un grupo de oficiales estaba reunido al pie de la corta escalinata, encabezados por un hombre rubio de gran estatura y entrado en años. Se distinguía entre el azul que llevaban sus compañeros por su uniforme plateado, justo como el que usaba Owen a mi espalda. Carwyn Loyd había estado al mando de Arth Nefol por más de diez años, había sido uno de mis mentores y también estaba al mando del regimiento de Agelys que hacían vida allí.

Al bajar de mi yegua y adelantarme un par de pasos, todos llevaron su derecha en puño a su pecho y marcaron una reverencia.

―¡Saludando a su alteza real! ―dijeron al mismo tiempo.

Mi rostro podría no decir mucho, pero siendo un militar, aquella disciplina que ellos mostraban me hizo sentir en casa y asentí conforme.

Mi antiguo tutor se acercó y después de mostrar sus respetos personales, miró por encima de mi hombro.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora