Torbellino de caos (1/2)

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Lilyane Howell

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Lilyane Howell

Susurros.

Graves, melódicos y reposados, emergían de la gran fogata junto con los chasquidos de la leña. Las palabras parecían dichas en un idioma demasiado antiguo y desconocido, aun así, yo sabía que estaban dirigidas a mí. Lo sentía en la piel... en el corazón que permanecía sereno; incluso cuando el viento sacudió las llamas y las hizo resplandecer de tal forma que el anaranjado se convirtió en oro.

Era su calor lo que me daba tanta paz al envolverme en un abrazo gentil; iniciaba en los hombros y acunaba mis manos, como si me invitara a seguirlo. El fuego me estaba convocando y en mi pecho ardía la necesidad de acudir a él.

Me puse de pie; jamás había experimentado algo similar, incluso no existía el apremio de combatirlo y cuando el cántico ancestral se acopló con el sollozo de las flautas, mis pies comenzaron a moverse. Pronto me vi caminando entre las personas con una única intención: reverenciar la majestuosidad de tal poder.

Las sacerdotisas me dieron la bienvenida porque sabían tan bien como yo que mi lugar estaba allí, junto a ellas, para conocer al fin mi destino. De esa forma, iniciamos, juntas, una danza que no obedecía secuencia alguna, porque se trataba de sentir la energía que brotaba de la tierra y dejarla correr por el cuerpo. Se apoderó de mi andar en punta y de los hombros que comencé a rotar hacia atrás con movimientos delicados: primero uno, luego el otro; una imitación del vaivén de las llamas.

En cierto punto me detuve y con lentitud alargué los brazos hacia los lados, para después moverme de derecha a izquierda, dejando que la cabeza siguiera el parsimonioso ritmo. Bajé las manos y con las palmas hacia el cielo, las elevé al frente hasta señalar aquello que todas adorábamos como una sola.

Cuando el cántico se volvió más enérgico, reanudé la marcha con el mismo balanceo de hombros. A continuación, giré dos veces a la derecha y finalicé con la pierna izquierda extendida hacia atrás, al tiempo que formaba un arco por encima de la cabeza con los brazos. Una nueva descarga de energía inundó mi cuerpo y me llevó a dar varias vueltas que finalizaron en un salto; los adornos que pendían de mi cabello tintinearon cuando aterricé en punta de pie y una vez más señalé al fuego.

Las llamas volvieron a agitarse con fuerza y en ese instante percibí una delicada esencia hasta en la boca. Cerré los ojos un instante para degustarlo mejor: parecía un toque sutil a canela. A partir de ese momento, la energía se hizo más poderosa, más vibrante, y cada paso, brinco y vuelta, se convirtió en una ofrenda sagrada.

La danza que ofrecíamos a los dioses era lo único que importaba y así... luces, rostros y sonidos se fueron diluyendo poco a poco hasta que solo reinó el fulgor dorado del fuego que, al final, también se apagó. Mi conciencia se sumió en la total oscuridad y no supe más de mí hasta que un rugido feroz me aterró el corazón.

Abrí los ojos y ante el apremio por respirar, me incorporé de golpe. El aire ingresó en una bocanada profunda y expandió mis pulmones al punto de doler, como si hubiera estado privada de él por un largo tiempo.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora