Baile de espadas

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El tiempo parecía no haber pasado dentro de mi oficina

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El tiempo parecía no haber pasado dentro de mi oficina. Los documentos y rollos que no tuve tiempo de revisar al irme seguían sobre el escritorio de roble; un manojo de sobres yacía desparramado sobre la mesa de té y hasta las cortinas, de un celeste tenue que se fundía con el beige de las paredes, permanecían tal cual las había dejado. Sin embargo, bastaba una mirada al reloj que coronaba la chimenea para recordar que los días para la coronación se acortaban.

Desvié la mirada hacia Trevor. Acostado en el sillón más largo, lanzaba una pequeña pelota al aire sin atisbo de preocupación; muy diferente a mí o a Rhys que, sentado frente a él, tamborileaba los dedos en sus rodillas.

Preferí alargar la mirada hacia la parte del bosquecillo que podía verse desde la ventana. Yo había tomado la decisión de delegar; no podía darle cabida a las dudas cuando ni siquiera habíamos afinado los detalles del plan.

Maldición, creía en sus habilidades, pero no tener el control, más cuando había tanto en riesgo, era como caer por un barranco.

—Está tardando demasiado. —Rhys rompió el silencio.

Ciertamente, así era, pero no hubo ninguna respuesta, porque sabíamos que el comentario había sido más una señal de su propia ansiedad.

Un par de minutos después, las puertas se abrieron sin ningún aviso, aunque no era necesario. Trevor y Rhys se enderezaron en cuanto el Lobo Carmesí ingresó a paso resuelto, haciendo que las largas trenzas cobrizas que componían su cola de guerrera, bamboleran por su espalda.

—¿Alguna queja con el reporte? —pregunté sin abandonar mi lugar.
—Ninguna. —Hizo un ademán con la mano para restarle importancia—. Asomaron las movilizaciones que tendremos que hacer ahora que Velmar nos declaró hostiles y bueno… —Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza—. Ese es el escenario que te espera luego de la coronación.

La declaración de Velmar me tenía sin cuidado y no se trataba de desestimarlos, sino de hechos. Habíamos demostrado con esa pequeña incursión que herirlos desde sus propias entrañas era una posibilidad más que tangible y por ello la atención de la resentida reina Coraline se mantendría sobre nosotros y no en Lyriamir: ellos no tenían manera de predecir lo que haríamos a continuación; más cuando cortara la mayoría de los ojos de Eulyon en mi terreno.

—Lo tocaremos cuando llegue el momento, pero ahora… —Me enderecé y caminé hasta quedar frente a los tres—. Tenemos otro asunto entre manos y nos compete solo a nosotros.

Ignoré la tirantez que se apoderó del rostro de Rhiannon. Ya le había asomado a cada uno el plan  en general y que esa vez no estaría yo a la cabeza de la misión, sino el hombre que estaba frente a mí y que había renunciado a su honor por perder a un amigo.

Trevor eludió casi de inmediato la sorpresa que transitó por sus ojos oscuros y se llevó el puño al pecho, agradeciendo tal vez el voto de confianza.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora