Lobo de Myridia

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No sabía cuánto tiempo llevaba de pie frente a mi armadura, con el crujido de la leña que se consumía como único compañero

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No sabía cuánto tiempo llevaba de pie frente a mi armadura, con el crujido de la leña que se consumía como único compañero. Ya había memorizado la forma en la que el resplandor rojizo del fuego fluía sobre ella; le daba tanta vida que parecía querer salir de su cautiverio, ansiosa de que ese color se volviera permanente o tal vez era la ambición que había mantenido oculta en lo más profundo.

Convertí la mano izquierda en un puño y arrugué por completo el pequeño papel que no había soltado desde que me fue entregado. Manchado de barro y un poco de sangre, tenía las últimas palabras que Gareth me había dejado, usando la misma letra prolija que tantas veces me transmitieron mensajes que solo yo había podido entender. La risa amarga emergió sin importar la presión que me acuchillaba la cabeza, porque incluso en sus últimos momentos, ese imbécil no perdió la seriedad.

Me di la vuelta para caminar hacia la chimenea; el movimiento de las llamas siempre me había parecido hipnótico, apacible y consolador; pero en ese instante era todo lo contrario; removía la necesidad de consumir todo a su paso. Preso de esas emociones, estiré una vez más el papel y las letras se convirtieron en su voz:

"Ahora, cuando las manecillas del reloj apuntan a la caída del sol; me imagino sentado en la esquina de una vieja taberna de Belhor. Su fachada no es la gran cosa, pero sirven la mejor cerveza negra que me encantaría disfrutar mientras admiro mi anillo de rubí. Mi señor, dos veces lo leí, tres veces lo analicé y dos veces más lo volví a leer antes de comprender que en la página de un estúpido libro, yacía mi propósito de vida y por lo que hoy, en paz, me entrego.

Cuente 30 días a partir de hoy y obtendrá la luz que me pidió.

Y aunque la luz de luna se extinga, el aullido de los lobos nunca morirá, pues todos sabrán que fui un soldado, un lobo de azul y plateado.

Gracias".

Una vez más, la risa amarga se hizo presente; más sonora, más vacía, más rota. A Gareth jamás le gustó el Príncipe Carmesí, le parecía una historia absurda que tuvo que leer y aprenderse; porque, al ser mi libro favorito, sería más sencillo para ambos dejarnos pistas amarradas a alguna página del libro sin que nadie sospechara. Por supuesto, esa vez... esa última vez no fue la excepción y, como en situaciones anteriores, logré descifrar su mensaje luego de leer la página indicada.

La única escena de todo el maldito libro que le gustaba porque demostraba cuan relevante podía llegar a ser un espía en una historia. La carcajada pronto se convirtió en resoplidos que se mezclaron con el chisporroteo de las llamas; entonces, con la mirada puesta en ese rojo, lancé el papel al fuego y lo observé consumirse, aunque esas palabras... esa voz, no se borraría jamás de mi memoria.

―Tu sacrificio, hermano, no fue en vano.

No. No lo sería, porque yo cumpliría con mi parte, por él y por el soldado que, sin importar los riesgos, el horror que lo acompañó en todo ese viaje y los barrotes que aceptó sin réplicas, cumplió con el deber de transmitir el mensaje de un condenado a muerte para salvar algo de su honor perdido.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora