Lo dicen las estrellas

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Si había algo en lo que Owen y yo nos parecíamos, era en que ambos odiabamos los fracasos; sin embargo, no podíamos estancarnos en la caída

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Si había algo en lo que Owen y yo nos parecíamos, era en que ambos odiabamos los fracasos; sin embargo, no podíamos estancarnos en la caída. Detuve mis pasos al alcanzar la mitad del camino y ladeé la mirada hacia él.

―No fue tu culpa.

Se adelantó un par de pasos y después de dar un golpe fuerte en su pecho, se hincó en una rodilla.

―Le pido perdón, su alteza, por haberle fallado a usted y a mi señora.

―Levántate.

Ignoró el pedido por completo y permaneció en la misma posición. Me agaché hasta poder colocarle la mano en el hombro con la intención de transmitirle no solo mi comprensión, también mi propia decepción ante lo ocurrido.

―Fallamos todos, amigo mío. ―Con esa simple frase, la rabia resurgió. Sacudí la cabeza para desechar los "hubiera" que arañaron mi mente sin piedad, para volver a enfocarme en él―: Nos confiamos y el enemigo se aprovechó de eso.

―Algo que, le juro, no volverá a ocurrir ―masculló entre dientes.

Lo zarandeé un poco y lo invité a enderezarse conmigo.

―Los errores son oportunidades para aprender, usémoslas para cambiar la estrategia.

―¿A qué te refieres?

―Las circunstancias han cambiado y ya no vale la pena invertir nuestros recursos en cosas que se han vuelto innecesarias. ―Porque con el plan que ideé con mi padre, caerían igualmente y también, siendo honesto, tendría que apoyarme más en los caballeros lyrios para proteger a Lily que en mi propia gente―. Te lo explicaré luego; ahora, tenemos una rata que atrapar.

En su rostro se dibujó la expresión amenazadora que reservaba para sus peores enemigos, así retomamos el camino con la firme intención de saldar cuentas pendientes.

Al ingresar en la sala de lectura, no solo encontré a Wyn y a Trevor sentados alrededor de la pequeña mesa; Rhys decidió unirse también y le di la bienvenida con un apretón en el hombro. Todos estábamos agotados, mental y físicamente, más él que había estado atendiendo a Kaira, así que valoré mucho que estuviera allí.

―Owen ya me informó que nuestro atacante logró escapar ―dije al sentarme en uno de los sillones individuales.

―No me lo recuerdes ―gesticuló Trevor―. Lo teníamos justo ahí y de repente ¡desapareció! No quedó más que el caballo y luego de buscarlo como idiotas por toda la zona, lo único que encontramos fue esto.

Sobre la mesa, lanzó la vestimenta negra que debió portar el arquero. Eso le dio mayor peso a mis sospechas: el desgraciado contó con ayuda interna y, seguramente, se camufló entre los guardias; era la única explicación.

«Si no es que es uno de ellos».

Las tomé y al inspeccionarlas con cuidado, hallé un hoyo en la parte delantera de la camisa, a la altura del hombro derecho. A su alrededor la textura era diferente; se había endurecido y a pesar de no ser del todo visible, se podía apreciar una mancha que debía ser sangre seca. Miré a Trevor una vez más y sonrió.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora