Entre diamantes, flores

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    ―Que maravillosa sorpresa

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    ―Que maravillosa sorpresa. ―Realizó una reverencia que la señorita Teagan imitó, manteniendo la mirada en el suelo―. Solo quería tener un tiempo de calidad con mi preciosa joya, pero la fortuna nos ha sonreído al encontrarnos con tan distinguidas huéspedes.

    Correspondí el saludo y llevé a cabo las presentaciones, manteniéndome todo el tiempo dentro de los límites de la cordialidad; sin embargo, no me pasaron desapercibidas dos cosas: la primera, los ojos cafés de Nina Teagan jamás me enfrentaron y, segundo, que  Trevor Reley se había quedado atrás y nos observaba con especial interés en la distancia, al resguardo de un gran árbol.

    No pude evitar fruncir un poco el ceño, porque no sabía si lo había hecho por consideración o por algo más.

    La risa vanidosa del duque atrajo de nuevo mi atención al grupo.
   
    ―Princesa Lilyane, desde la noche del festival he querido decirle que tiene un talento nato para la danza. Usted simplemente brilla.
    ―Le agradezco tan amables palabras.
    ―¡No es más que la verdad! ―Una insidiosa sonrisa apareció―. Y ni hablar de su habilidad con las plantas; usted, definitivamente, nació para tener las manos en la tierra.
    ―Padre...
    ―¡Todos lo comentan, querida! ―El noble pasó del intento de su hija y afincó el gesto―. Su pasión por la herbolaria es... conmovedora.

    Los dedos de Alynna se cerraron sobre mi brazo, aunque no era necesario, porque no había motivo por el cual sentirme humillada. Contrario a eso, estiré los labios y le ofrecí mi mejor sonrisa.

    ―Entonces quizás deba agradecerles.
—¿Ah, sí?
—¡Claro! —me reí con suavidad—. Seguramente, fue gracias a sus halagos que las Derwin me admitieron.

    El duque forzó la curvatura en su boca y después posó los ojos cafés en Alynna.

    ―Imagino que debe estar mostrándole el palacio a su pequeña hermana. ―Fingió una sonrisa paternal―. Ahora que están juntas, deben estar recordando y añorando su hogar.
    ―No sabe cuánta razón tiene. ―Alynna dibujó un semblante apenado―. Todo se ha complicado tanto que nuestra estancia en Myridia puede alargarse mucho mucho... mucho más de lo esperado ―hizo énfasis y suspiró con pesar.
    ―Las circunstancias que nos rodean son terribles. ―Chasqueó la lengua varias veces―. Por esa razón admiro tanto a la princesa Lilyane. Ha sido atacada, ¡dos veces! Yo ya hubiera regresado a casa.

    Enseguida los ojos de Alynna se posaron en mí, preocupados y anhelantes de respuestas. El sosiego se apoderó de mis labios y palmeé su mano con suavidad.

    ―Aquellos que desean verme lejos de Myridia, en realidad me temen ―dije con toda intención y volví la mirada a los Teagan al añadir―: Represento a la alianza entre nuestras naciones y no hay que darles el gusto de retroceder, ¿no lo cree, mi estimado duque?
    ―Es así, alteza, es así. ―Una vez más, la vanidad regresó a su rostro y le sonrió a su hija, aunque fue incapaz de ver que ella presionaba los labios para mantenerse callada―. Por eso mismo, el rey está estudiando la posibilidad de saltarnos el protocolo y adelantar la boda real para garantizar así el futuro de Myridia ―reveló con sus ojos fijos en mí; yo mantuve mi temple. Entonces, su boca se estiró en una sonrisa maliciosa: soltaría su golpe de gracia―. Al final, el príncipe Bleddyn sabe qué es lo que le conviene a su nación y ninguna flor... ―Hizo una pausa para mirarnos con suficiencia―, puede competir con el resplandor de un diamante.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora