El retorno hacia la superficie se me hizo más largo, sombrío y hasta sofocante. Los pensamientos giraban sin parar; alternativas y posibilidades que no hicieron más que potenciar la migraña. Demonios, necesitaba calma, drenar todo ese cúmulo de emociones si quería volver a ser yo mismo.
Al salir de nuevo al sol, di una profunda inspiración como si no lo hubiera hecho en largos minutos. Entrenar, eso era lo que necesitaba; no había nada mejor para aclarar la mente.
Recorrí los jardines y corredores del palacio a largas zancadas y al llegar a mi destino, abrí las puertas de par en par. En las paredes claras habían varios aparadores donde descansaban diferentes tipos de espadas, jabalinas, estiletes y hasta alabardas; mientras que, al fondo, estaban los muñecos de madera y troncos que exhibían cortadas profundas hechas por mí mismo. Todo eso formaba parte de ese pabellón de entrenamientos en el cual había pasado incontables horas de mi vida, no solo para perfeccionar mi técnica; también aprendí a serenar mi mente y corazón, lejos de todos aquellos que buscaban sitiarme.
Desaté los nudos de la capa y luego pasé a los botones de la chaqueta; así fui despojándome de las piezas hasta quedar solo con el pantalón, las botas y la camisa arremangada. Caminé con lentitud hasta el centro del salón y cerré los ojos, entonces comencé a sacar a Reilyner de su funda, atento al sonido del metal que iba quedando al descubierto. La giré un par de veces en la mano derecha y la blandí al frente; con ello, inicié una serie de estocadas y giros para enfrentar a adversarios que no tardaron en impregnarse de mi ira, porque aun cuando no deberían tener rostros, todos ellos se burlaban y amenazaban con la misma sonrisa insidiosa de esa sabandija.
Solté un bramido y corté el aire con violencia. Maldición, si seguía así, solo lograría incrementar la migraña. Me obligué a respirar profundo varias veces, mientras recordaba una de mis primeras enseñanzas en la academia: "Para ser tan devastadores como el fuego, deben atacar con la impavidez de la montaña". No existían los rostros en una batalla, los oídos eran sordos a las provocaciones; solo importaba la sagacidad del guerrero y su ímpetu.
Cerré los ojos, tomé posición de ataque con la espada al frente y enfoqué mi atención en cómo el aire ingresaba por la nariz, llenaba mi pecho y volvía a salir. Percibí a través de los dedos los pliegues que componían la empuñadura de Reilyner y su tibieza; así, poco a poco dejé de pensar y permití que los movimientos fluyeran, que fuera el arma que guiara las estocadas y los pasos.
Con cada golpe, giro y salto, mi enardecido corazón se aquietaba un poco más y fui conectándome con la espada. Dejó de ser un instrumento para formar parte del sudor que bajaba por mi frente, del ardor reconfortante del entrenamiento que se había apoderado de mi respiración: de mi propio espíritu. Así continué por largos minutos y en medio de una estocada de revés, la energía de Reilyner comenzó manar; me recorría el brazo y se extendía por todo mi cuerpo. Experimenté entonces lo que solía ocurrir cada vez que entrenaba a profundidad con ella: la sensación de saber sin necesidad de ver, aunque en esa ocasión era diferente.
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La princesa del Alba
FantasyEl preludio de la tormenta. Ese fue el presentimiento que tuve al llegar a mi ciudad natal después de tantos meses. Las intrigas han cobrado fuerza y la sombra de la guerra se cierne cada vez más sobre mi nación. Pero así como todo parece haber cam...