Lilyane Howell
Kaira siempre había sido una joven llamativa por el tono rojizo de su melena: un rasgo poco común en Lyriamir que hacía parecer su piel mucho más clara de lo que en verdad era. Mavis y yo debatimos por años sobre el origen de tan exótico color hasta que nos reveló, con esa sonrisa maternal tan propia de ella, que era herencia de su madre, junto con el medallón que siempre la acompañaba.
Era en su honor que Kaira cuidaba tanto de su cabello y por eso solicité que la acomodaran de tal forma que pudiera peinarle las puntas en las mañanas y las tardes, como en ese instante. Porque era importante para ella y, por ende, lo era para mí.
Dejé el cepillo a un lado y retiré el paño húmedo que descansaba en su frente para tocarla; aun cuando habían transcurrido cuatro días desde el ataque, la fiebre continuaba. El peligro de muerte había quedado atrás como una sombra; sin embargo, el tipo de veneno que usaron contra ella dejaría su cuerpo susceptible y debilitado por un tiempo. De hecho, las veces que había abierto sus ojos apenas lograba mantenerse despierta.
Aun así me sonreía.
Besé su mano y recé a Ashyr para que volviera a ser la misma chica enérgica que tantas veces me arrastró a sus locuras.
―No sabes cuánto te extraño ―musité con el escozor en los ojos.
Dioses, me hacían falta sus abrazos y los sabios consejos que siempre tenía para mí, especialmente en ese instante que me sentía tan perdida. Cerré los ojos y enseguida la mirada dolida y furiosa de Bleddyn me fustigó como lo había hecho desde la pelea en forma de pesadillas.
―Una disculpa no será suficiente.
Un sollozo fue lo único que me permití liberar; porque con cada lágrima me decepcionaba más de mí misma. Era como si hubiera perdido la capacidad de ver luz; solo me estaba manteniendo a flote y si seguía así en algún momento me cansaría.
Me hundiría.
Los dedos de Kaira se movieron apenas, un ligero encogimiento que me hizo sonreír por primera vez en el día. Aún en sueños, ella quería darme ánimos para continuar.
―Gracias por siempre estar conmigo.
De repente, alguien carraspeó a mi espalda y al mirar sobre el hombro, encontré a Rhys en la entrada, junto a una sirvienta que llevaba una bandeja. Sus ojos azules, enmarcados por profundas ojeras, denotaban el cansancio que su cuerpo había acumulado, pero al igual que yo, Rhys no dejaba sola a mi amiga y estaba pendiente de todas sus necesidades. Algo que en definitiva jamás podría pagarle.
―¿Quieres que te ayude a alimentarla? ―le pregunté cuando lo vi avanzar.
Esbozó una pequeña sonrisa y dejó un apretón en mi brazo.
―¿Confías en mí?
―Con mi vida.
―Entonces sal de aquí un rato ―dijo y enserió la mirada―. No te escondas más, Lilyane. Da un paseo, disfruta del sol de la tarde que yo me encargaré de cuidarla.
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La princesa del Alba
FantasyEl preludio de la tormenta. Ese fue el presentimiento que tuve al llegar a mi ciudad natal después de tantos meses. Las intrigas han cobrado fuerza y la sombra de la guerra se cierne cada vez más sobre mi nación. Pero así como todo parece haber cam...