Cada uno partió por su lado para cumplir su labor: la suya, resguardar nuestras intenciones detrás de una máscara de confusión, mientras que yo transformaría la debilidad en fuerza y haría que los enemigos trabajaran a nuestro favor.
Desde luego, el punto de inicio sería la reunión de emergencia convocada por el líder del Consejo de Ancianos. Farrel no pudo contenerse para citar a nobles y eruditos que lo respaldarían en su disimulado ataque en mi contra; no obstante, yo me encargué de que más personas se enteraran. Por eso, el salón celeste, nombrado así por el color que dominaba en paredes y piso, estaba atiborrado de aristócratas que dividían en dos el espacio circular.
A la derecha estaban los que me apoyaban y defendían con ímpetu, mientras que en la izquierda se habían ubicado los que soltaban comentarios y miradas llenas de burla o censura. Entre ellos estaba el duque de Gorobell que, creyéndose ganador, decidió abandonar su máscara pétrea.
Tuve que darle la razón a mi padre: todo se trataba de enfoque y perspectiva. Si Owen tenía éxito en los interrogatorios, dentro de cinco días el derramamiento de sangre traidora daría comienzo y no por nuestra mano. Tener eso en mente me ayudó a responder su prepotencia con una de mis sonrisas insidiosas que transmitía un único mensaje: «no has acabado conmigo, anciano».
Así, cuando el encuentro terminó, los enemigos se retiraron con la duda pintada en la cara y para cuando se dieran cuenta de que sus perros estaban en nuestras manos, se gestaría el terror.
―Los últimos pataleos de un ahogado son los más peligrosos. ―Al mirar de reojo, encontré a Gareth que fingía ordenar sus anotaciones―. Tenga cuidado, alteza.
―Lo tengo presente.
―Estaré en el salón de los escribas pasando mis notas, por si llega a necesitarme.
Me obligué a asentir como lo hubiera hecho normalmente y partió con ese andar tan tranquilo que lo caracterizaba. Aun cuando habíamos descubierto la identidad del arquero, el instinto me decía que Gareth estaba haciendo movimientos a mis espaldas. La duda seguía, así que no tenía de otra más que continuar cegándolo hasta que supiera lo que estaba escondiendo... y rogaba a Athor para que la información no viniera de los prisioneros.
Solté un suspiro y apenas salí de la sala, les ordené a mis sirvientes que no me siguieran; el sonido de pasos a mi espalda no ayudaría a suavizar la migraña que había empezado a pincharme las sienes y los ojos. Deambulé un rato por los corredores hasta que decidí salir a los jardines en busca de la brisa veraniega y la quietud que solo un lugar me podía brindar; sin embargo, al llegar a mi refugio, fruncí el ceño y di una mirada a mi alrededor. El Consejo conformado por militares había ordenado que cada centímetro del palacio estuviera vigilado, entonces ¿por qué estaban las rejas sin protección y parcialmente abiertas?
Con la mano en las fauces del lobo, me adentré en el territorio de las hadas. Traté que mis pasos fueran lo más silenciosos posible mientras avanzaba por la maleza para no alertar al intruso. Detrás de unos matorrales, me detuve un instante y presté atención; el viento trajo consigo unos murmullos.
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La princesa del Alba
FantasyEl preludio de la tormenta. Ese fue el presentimiento que tuve al llegar a mi ciudad natal después de tantos meses. Las intrigas han cobrado fuerza y la sombra de la guerra se cierne cada vez más sobre mi nación. Pero así como todo parece haber cam...