Juego

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No sabía cuánto tiempo llevaba mirando el techo de la tienda, tal vez unos cinco minutos

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No sabía cuánto tiempo llevaba mirando el techo de la tienda, tal vez unos cinco minutos... No, debían ser más porque mi respiración ya se había aplacado por completo, así como los latidos en mi pecho. Aún así, el dolor de cabeza no había cedido ni un poco y el maldito sueño no tenía intenciones de regresar.

Lo sabía porque ya llevaba más de una semana así.

Lancé un resoplido y rompí la almohada que había formado con los brazos; si no iba a dormir, entonces aprovecharía el tiempo.

Ignoré el pequeño mareo y me incorporé hasta quedar sentado sobre el catre; me coloqué las botas y tomé la camisa que había dejado en el espaldar de una silla. No cerré todos los botones, solo los suficientes para que no resbalara; el calor no era tan húmedo como en Myridia, pero verano al fin y al cabo y ya me la volvería a quitar cuando estuviera entrenando.

Reilyner estaba justo donde la dejé, a un lado del catre. Revelé parte de la hoja y a pesar de no haber ninguna vela encendida, el metal oscuro reflejó mis ojos, enmarcados por un ceño fruncido. Sacudí la cabeza y la guardé de nuevo para anudarla en mi cinto.

—Lo que no aporta se deja ir, Bleddyn —me dije y sin pensarlo más salí al exterior.

Dos miembros de la escuadra que cuidaba mi tienda enseguida me igualaron el paso entre las lonetas blancas que componían el campamento. Para un guerrero, atender el filo de sus armas era más que un simple hábito; se trataba de la comprensión de sus propiedades, de su alcance y tener la certeza de que no fallaría cuando llegara el momento. Formaba parte de la maestría del soldado y por eso no me sorprendió oír el amolado junto al susurro de cantos marciales.

Cercanos al límite del claro que habíamos ocupado, reconocí el hormigueo que se apoderó de la punta de mis dedos. Me detuve y con la mirada recorrí los arbustos y los árboles que estaban a unos cinco metros.

—¿Sucede algo, alteza?

Ignoré la pregunta del teniente y cerré los párpados al tiempo que colocaba la mano en la empuñadura de Reilyner. La descarga me recorrió el brazo, se apoderó de mi torso y subió hasta la cabeza; entoces apareció un bosquejo de grises que me permitió detectar todo lo que había en ese corto perímetro.

Incluso lo que estaba oculto a mis ojos.

Era algo que ya podía hacer a voluntad, una comunión entre mi compañera y yo que me permitía percibir el mundo de otra manera y, gracias a esa "visión", reconocí la presencia de la persona que estaba sentada en una rama no demasiado alta.

—Esperen aquí —dejé la orden al abrir los ojos de nuevo y recorrí la distancia que me separaba del árbol.

Apoyé la espalda en el rugoso tronco y me crucé de brazos; allí observé hacia la bóveda estrellada que nos cubría y alcé la comisura de la boca.

—¿Puedo acompañarlo?
—No es mi persona favorita en este momento.
—Sí, la mejilla todavía me duele —dije, tocándome con el dorso de la mano.
—Debería emparejarle el otro lado. —Las ramas se sacudieron y luego la persona aterrizó a mi lado sin mucha dificultad—. Es lo menos que se merece por casarse con mi hermana sin decirnos nada.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora