Consigna

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Princesa Lilyane

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Princesa Lilyane

Un lejano tarareo fue lo que me arrebató de las penumbras que me tenían prisionera. El cuerpo me pesaba demasiado, apenas podía mover uno de los dedos, y por mucho que lo intentara mis párpados se negaban a abrirse. Negada a que la bruma me absorbiera de nuevo, preferí prestar atención a la voz que me hacía compañía; era delicada, melodiosa, incluso maternal, y entonaba una vieja canción infantil de mi tierra.

Kaira.

Separé los labios un par de veces, sentía la garganta demasiado seca, me ardía y apenas podía tragar.

—Está despertando. —Una mano se posó sobre mi frente y descendió hasta mi mejilla—. Lily, ¿puedes oírme?

Luché de nuevo contra la pesadez que mantenía mis ojos cerrados; poco a poco la imagen de un techo ornamentado se fue formando, junto con doseles celestes que lo rodeaban. Mi cama, estaba a salvo en mi cama. Giré la cabeza hacia un lado donde encontré los rostros preocupados de Kaira y Alynna, y detrás de ellas el intenso anaranjado ya se había adueñado del cielo. La angustia me estrujó el corazón al caer en cuenta del tiempo que había pasado... de todo lo que había ocurrido y de los ojos rojos que permanecían frescos como último recuerdo.

—Lily...
—El rey... ¡¿Cómo está el rey?! —Me llevé la mano a la garganta donde mi voz ronca la había arañado.
—Dale un poco de agua —escuché decir a Alynna.

Kaira me ayudó a incorporarme un poco y me acercó un vaso a los labios.

—Lento.

El agua diluyó un poco el ardor, pero no el dolor de cabeza, ocasionado por el torbellino de preguntas que anhelaban respuestas. Tomé su mano libre e insistí en la más importante:

—Por favor, díganme si el rey está bien.

El desconcierto se apoderó de sus ojos y enseguida se giró hacia mí hermana en busca de alguna respuesta; yo también lo hice, pero no hallé nada más que su usual sobriedad. Sus labios dieron paso a un suspiro y entonces le pidió espacio a Kaira.

—Te trajeron inconsciente —dijo al fin, sentándose a mi lado—. Vino un médico a revisarte; nos dijo que estabas agotada y que debíamos esperar a que despertarás. Nada más.
—Pero... ¿Rhia no estaba conmigo?
—Fue ella quien mandó a llamar al capitán Banes y a sire Alister para que te trajeran —respondió Kaira.
—¿Y luego?

Nada... no había nada más. Mis puños arrugaron las sábanas que me cubrían en cuanto el rostro magullado del rey se dibujó en mi memoria; no, me negaba a creer que él estuviera... Wyn Vaughan debía estar en custodia y su majestad a salvo. Dioses, tenía que estarlo.

—Bueno, lo mejor es dejarte descansar. —La voz de Alynna detuvo la vorágine de pensamientos negativos y en ese momento fue que me di cuenta de que se había puesto de pie—. ¿Recuerdas el consejo que nos dio la señorita Rhiannon? Aquella noche... dentro del carruaje. —El recuerdo apareció de inmediato y con los labios apretados, asentí—. Mantener la mente despejada es la única forma de lograrlo; es lo que me repito todos los días.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora