Máscara

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A medida que la distancia entre nosotros y la capital creció, los días se volvieron cada vez más largos y el abrazo de la noche quiso mantenerse por más tiempo

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A medida que la distancia entre nosotros y la capital creció, los días se volvieron cada vez más largos y el abrazo de la noche quiso mantenerse por más tiempo. No fui el único que tuvo esa impresión; lo vi en cada soldado a mi alrededor que añoraba el calor del hogar; en los caminos que se tornaron cada vez más desolados cuando semanas atrás debieron gozar de vida; en los habitantes de cada pueblo que quedó atrás y en los rostros lyrios que huían de los gruñidos de la guerra hacia un futuro incierto.

Algunos hacian el camino en carretas, otros a pie, y en sus manos solo iba lo imprescindible o lo que les había dado tiempo de tomar como: hogazas de pan para calmar el hambre o alguna frazada que les brindará calor en las noches a la intemperie. Ese panorama me hizo ver cuán valiosa fue la previsión de mis padres al instalar puntos de control en los cuales poder abastecerse de alimentos  y tratar de disminuir, dentro de lo posible, el sufrimiento que subyugaba los hombros de todos ellos.

«La maldición y el deber de un rey»; mientras observaba el símbolo de mi familia agitándose, imponente, sobre la tienda que se me había asignado, la voz de mi padre dejó de ser un eco y tomó fuerza. Un rey jamás debía permitir que las emociones tomarán el control, jamás debía perder la perspectiva y sus ojos solo debían mirar al mañana.

—No puedo perderme a mí mismo —dije con la mano puesta en Reilyner—. Nunca más.
—Son más de lo que estimó su majestad. —Rhys apareció y a su lado caminaba Owen, aunque, como siempre, sus ojos suspicaces no perdían detalle del entorno.

El vivaz rojo de Lyriamir se mostraba orgulloso en los estandartes de las tiendas erigidas en las inmediaciones de la ciudadela myridia de Bohrmir, cuyas imponentes murallas se desplegaban desde lo alto de la colina y separaban a ambos reinos. No solo había militares en ese valle, pues los incontables civiles que esperaban ingresar a mi reino habían buscado refugio y seguridad cerca del campamento militar.

—Serán muchos más cuando las verdaderas batallas inicien.

Entré a la tienda de campaña y a un lado de la cama circular, cubierta de pieles, encontré una palangana llena de agua. Moví el cuello de un lado a otro y sumergí las manos; las consecuencias de esos veinte días de viaje habían salido a flote; la espalda me dolía, también los hombros y la presión en la cabeza se había vuelto casi permanente. El frío en el rostro no curaría mis males, pero al menos me despejaría.

—¿Le escribirás a mi tío?
—Lo haré después de la reunión del Consejo —respondí, tomando un paño de lino para secarme.

Ninguno agregó más luego de eso, pero, a veces, los silencios comunicaban mucho más que las palabras.

Suspiré y arrojé el paño hacia cualquier lado.

—Si tienen algo que decir, díganlo de una vez.
—¿Y su alteza está dispuesto a hablar? —No me sorprendió que la pregunta viniera de Owen.

No encontré máscaras al girarme; solo las dudas y las preocupaciones que ambos compartían y tenían que ver conmigo.

—Bleddyn, solo queremos saber… o más bien comprender.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora