Princesa Lilyane
La lluvia se desataría dentro de poco.
Lo sabía por el olor que desprendía la tierra, la humedad en el aire que mecía las rosas blancas que me rodeaban y por las nubes que prohibían el titilar de las estrellas, haciendo la madrugada mucho más oscura.
Dejé a un lado el abanico con el cual había estado alejando el espeso calor y subí las piernas al banco de piedra. No era mi intención abandonar el refugio que esa glorieta, en medio del jardín de Sythor, me ofrecía... o, por lo menos, no hasta que las gotas cayeran y se llevarán consigo aquello que inquietaba mi corazón.
La canción de los tambores y las flautas se abrió camino hasta mis oídos; un parsimonioso ritmo que provenía de la colina de observación. Allí, los astrónomos y sacerdotes debían estar implorando a los dioses que despejaran el cielo para observar la caída de los Diamantes de Lea. Suspiré, ¿estaría mal que deseara lo contrario?
—¿Todavía estás nerviosa? —La figura de Kaira, delineada por la luz de las antorchas, estaba apoyada en una de las columnas.
Negué con la cabeza.
—Solo estoy... cansada.
Atravesó el espacio circular hasta sentarse a mi lado, entonces su mano reposó en mi hombro al tiempo que se dibujaba el semblante apacible que tantas veces me había consolado.
—Sabes que estoy aquí para lo que necesites.
Tomé su mano y a través de la cúpula de cristal que nos cubría noté que las nubes se habían juntado mucho más, amenazadoras y pesadas, justo como sería la reunión con los nobles dentro de algunas horas.
—La reina me dijo que las dudas siempre estarán presentes, pero que jamás debo dejar que me aprisionen —recité como si la estuviera escuchando en ese mismo instante: «Conviértelas en valor y confía, Lilyane, en que siempre tus decisiones son las mejores para tu pueblo. Es el mejor consejo que puedo darte como reina y como madre».
—Es una mujer muy sabia.
Asentí; sin embargo, no importaba cuántas veces me había repetido esas palabras, tampoco que clamara a los dioses por sosiego; a medida que los minutos se consumían los pensamientos se volvían más y más traicioneros.
—No puedo fallar —dije, aunque fue más un recordatorio para mí misma, porque Bleddyn y Myridia dependían de ello.
—Y no lo harás, recuerda que eres Lilyane de Myridia ahora. —Me guiñó un ojo—. Esos nobles no podrán contigo.La sonrisa se manifestó en mis labios, porque tenía que admitir que me gustaba como sonaba mi nombre. La tomé de las manos con la intención de agradecerle no solo su compañía; también por escucharme cada vez que lo necesitaba; pero ella negó con la cabeza.
—Somos hermanas —dijo, como si eso lo explicara todo y, en cierto modo, así era—. ¡Ya sé! —dijo de repente, juntando las manos—. Lo que necesitas es despejar la mente.
—Por eso estamos aquí —me reí con suavidad.
—Tengo un método más efectivo —canturreó, sacando un sobre del bolsillo interno de su vestido—. Llegó ayer en la mañana.
ESTÁS LEYENDO
La princesa del Alba
FantasyEl preludio de la tormenta. Ese fue el presentimiento que tuve al llegar a mi ciudad natal después de tantos meses. Las intrigas han cobrado fuerza y la sombra de la guerra se cierne cada vez más sobre mi nación. Pero así como todo parece haber cam...