Espejos (2/2)

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Lilyane Howell

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Lilyane Howell

El tiempo pareció disminuir su avance mientras llegaban los destellos de la noche del secuestro... junto con el recuerdo del cuerpo inmóvil de Kaira entre mis brazos. Los temblores comenzaron a escalar; sin embargo, la sonrisa de mi amiga llegó en mi auxilio, así como sus palabras de ánimo y mi propio juramento de no darle poder al miedo. Nunca más.

«Ya fue suficiente. ¡Muévete, Lilyane! ¡Muévete!», el rugido en mi mente me arrancó de sus garras y los pies avanzaron. Cuando nuestros caminos se cruzaron, apreté las manos con toda mi fuerza mientras continuaba como si nada.

―Majestad, lamento interrumpirla, pero el rey... ―Su voz se perdió por la distancia que marqué entre los dos, aun así, mi piel permanecía erizada.

―Princesa, ¿todo está en orden? ―preguntó sire Alister cuando los alcancé.

Todavía temblorosa, asentí.

―Volvamos a mis aposentos, quiero ver si Kaira está despierta.

Tanto él como Rhia fruncieron el ceño y me observaron por largos segundos, pero al final solo ordenaron el regreso y durante ese tiempo las ideas no dejaron de zumbar en mi cabeza. Los recuerdos de esa noche se revolvían cada vez más y por eso veía al arquero en personas como ese muchacho o en cualquiera que vistiera de negro. Sacudí la cabeza; eso era lo que quería ese hombre, verme doblegada desde su escondite y no se lo permitiría.

Por eso, sin importarme el dolor que sometía mi espalda, me enderecé lo más que pude y seguí caminando hasta que... divisé una figura que yo conocía a la perfección por la ventana. A medida que me acercaba al cristal, la imagen se volvía más clara y me aguijoneaba los ojos. En el jardín estaba Bleddyn, pero no solo. A pesar de la distancia, la satisfacción que emanaba de Nina Teagan era tan palpable, que me atravesó como una espada al rojo vivo; un golpe tan fuerte que mi puño se cerró justo sobre mi corazón.

―Tú lo enviaste allí ―musitó Rhiannon a mi lado.

El ácido que trepó por mi garganta me dejó muda; no me quedó más que asentir, porque era cierto.

«A veces, princesa, la nación requiere sacrificios del corazón. Para que Myridia prevalezca, la corte debe unificarse. No es una labor sencilla, yo mismo no lo he logrado del todo, y por ello mi hijo necesita a su lado a una mujer que le dé el respaldo que necesita para alcanzar la meta», esas fueron las palabras del rey Emyr, que después acompañó con las ventajas que Nina Teagan y su familia podían aportarle a Bleddyn como rey. Fue un espejo de palabras que reflejó todas las carencias que yo poseía, que se arraigaron en mi corazón durante la asamblea y que estúpidamente me llevaron a querer proteger a Bleddyn de mi propia incapacidad.

―¿Qué piensas hacer ahora?

El calor de una mano se posó en mi hombro y cuando regresé la mirada a Rhia no hallé censura, sino la comprensión y confianza de una hermana mayor.

La princesa del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora